No me gusta escribir sobre mi pueblo. En realidad, el Puerto de la Cruz no tiene la consideración de pueblo sino de ciudad, pero para mí continúa siendo un pueblo en la acepción más honrosa de la palabra. No me gusta pero hoy me impongo la excepción para dedicarle unas líneas a Marcos Brito, pero antes permítanme un breve paseo histórico.

Isidoro Luz Cárpenter fue un portuense singular. Estudió Medicina en Madrid y se codeó, en la entonces famosa Residencia de Estudiantes, con Luis Buñuel, Salvador Dalí, Federico García Lorca, Pedro Salinas y otras personalidades en ciernes del arte y la cultura. Tras licenciarse regresó al Puerto de la Cruz. En agosto de 1927 asumió la Alcaldía de esta localidad. Cesó el 16 de abril de 1931, recién proclamada la Segunda República. Volvió a ser alcalde en 1934 tras ganar las elecciones municipales. En 1935 dimitió. El levantamiento de 1936 lo sorprendió en Londres. En 1944 volvió a ser alcalde por tercera vez. En 1956 decidió que el Puerto de la Cruz debía sumarse a la incipiente actividad turística. Encargó un plan general de ordenación urbana. Quedaron parcelados los terrenos del Llano de Martiánez y el 22 de diciembre de 1958 inauguró la avenida de Colón. No asistí a ese acto porque entonces sólo llevaba seis meses en este mundo, pero en los años siguientes presencié -veía trabajar a los obreros cuando regresaba del Colegio de los Agustinos- como se iban construyendo la entonces llamada avenida del Generalísimo, la de Venezuela, Obispo Pérez Cáceres, Aguilar y Quesada, etcétera. También observaba la llegada de turistas a los hoteles que iban apareciendo en esa zona, como el Tenerife-Playa de Cándido Luis García Sanjuán, el Valle-Mar o Las Vegas.

Con Isidoro Luz no sólo se urbanizó Martiánez y se edificaron hoteles. También se construyeron viviendas de protección oficial, se pusieron en marcha las barriadas de San Felipe y Carlos Arias y a mucha gente se le cedieron terrenos en Punta Brava y San Antonio, con los correspondientes permisos de autoconstrucción y unos planos por los que no se les cobró nada. Su posterior labor como presidente del Cabildo de Tenerife fue tan amplia que no cabría en diez artículos como este. Sobra con decir que cuando dejó la Corporación insular, en 1964, el Cabildo había invertido en obras más de 1.000 millones de pesetas; una cifra descomunal para la economía de aquellos años.

El lanzamiento turístico del Puerto de la Cruz continuó con Felipe Machado del Hoyo, político y hotelero borrado en gran parte de la historia por su afección al franquismo. Estigmas políticos al margen, este alcalde portuense -lo fue desde 1963 hasta 1970- creó el que luego sería famosísimo Festival de la Canción del Atlántico. Fueron años de progreso y de empleo en los que la gente pasó de trabajar en la platanera a codearse con un turismo, la verdad sea dicha, de muchísima más clase que el actual. Los portuenses pronto se acostumbraron a ver a las "extranjeras" en bikini, pero no así otros tinerfeños, santacruceros incluidos, que acudían boquiabiertos a la más pujante ciudad turística de Canarias y una de las más importantes de España. En palabras de una amiga, hija de coburgos villeros pero en absoluto coburga, los "santas": "Santa Úrsula, la Cruz Santa y Santa Cruz". Sin ánimo de ofender, claro; simplemente con y por jocosidad. Los sábados era el día predilecto de los santas para bajar del monte a la costa. Lástima que entonces todavía anduviera con pantalón corto y no pudiese beneficiarme como es debido de aquella época dorada.

Con la crisis del petróleo de 1973 muchas familias pasaron del bienestar a las colas de la beneficencia. Numerosos portuenses acudían cada mañana al ayuntamiento para que les diesen un vale de comida. Luego iban al único supermercado y lo cambiaban por medio kilo de papas y otro de arroz.

Marcos Brito vivió esa época de penurias como alcalde. En sus propias palabras, "el último alcalde de la dictadura". En 1979 se celebraron las primeras elecciones municipales de la actual etapa democrática y Francisco Javier Afonso Carrillo, Paco Afonso para todo el mundo, candidato del PSOE, ganó con el 62 por ciento de los votos. Lo esperado porque el Puerto de la Cruz ha sido un feudo de la izquierda desde los tiempos de la república. Ya entonces el turismo andaba de capa caída por aquellos pagos. Para terminar de arreglar la situación, el nuevo alcalde consideró -así se lo oí decir ante un grupo de personas reunidas con él- que había llegado la hora de dejar de favorecer a los ricos para ocuparse del pueblo.

Dejar de favorecer a los ricos suponía no gastar tanto dinero en mantener las zonas turísticas -hasta ese momento el gran pulmón económico de la ciudad- para adecentar los barrios en los que viven los trabajadores. Un logro que sin lugar a dudas consiguieron los socialistas: esos trabajadores, que antes casi podían ir a pie desde sus casas a los hoteles en los que trabajaban, deben trasladarse hoy a diario al Sur de Tenerife para ganarse el sustento. Eso sin contar a los que han tenido que emigrar a Arona, Adeje y municipios aledaños.

Le correspondió a Marcos Brito remediar, como pudo y cuanto pudo, estos errores en sus siguientes pasos por la Alcaldía portuense. Una labor que nunca le perdonó la progresía ni tampoco, incomprensiblemente, su propio partido porque muchos en CC -a algunos se les vio el viernes llorando junto a la iglesia de la Peña de Francia- hace tiempo que lo consideraban políticamente amortizado. De no ser así habríamos conculcado esa inviolable ley española de que ninguna buena labor ha de quedar jamás sin su justo castigo.

Lo tuve como profesor, como alcalde y como persona que profesionalmente me ayudó cuando lo necesitaba, pero de eso no voy a decir nada más porque sólo me incumbe a mí. Olvidando sus pecados, que los cometió como cualquier mortal -hasta el Papa se declara pecador-, que Dios lo tenga en su gloria porque se la ha ganado.

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