El callejeo constante, un argumento siempre en la mente, pero pocas veces reflexionado. Lo escuche ayer en boca de Manuel Campos, fiscal de Menores, un profesional sereno, gran comunicador y muy alejado del arquetipo de los jueces y fiscales que viven de las puertas de su despacho para adentro.

Papa y mamá trabajan mucho. Y ya no tienen tanto tiempo. Muchos padres llenan a sus hijos de actividades, y jolgorios varios, de suerte que aparecen en casa por la noche. Eso para quien se lo pueda permitir, el resto ya se sabe, a dejar a los nenes con los abuelos, para poder seguir produciendo.

Los hijos son más listos de lo que pensamos. Van creciendo, y se dan cuenta. Y si no estamos con ellos en el camino, acaban buscando su propio y solitario camino. Decía Campos que el callejeo constante es criminal. Frase aterradora que no tiene que ver con clases sociales, ricos o pobres.

El callejeo constante, la búsqueda de cariño fuera del hogar, acaba en la imitación. En imitar el fumeteo de porros. En imitar el consumo de sustancias, en imitar el robo, y la bola va creciendo. Hasta que un día el hijo, el que fue niño, al que mimamos, nuestra ilusión, desapareció. No estoy propio para dar clases a nadie sobre esto, debería empezar por mí mismo, pero si esta pequeña reflexión sirve para algo, ahí queda.

@sdnegrin