No creo decir nada nuevo si me atrevo a afirmar que el mundo está lleno de sorpresas. Sorpresas de actos y sorpresas de palabras. Van a verlo inmediatamente.

Aunque la frase que voy a copiar la he dejado expuesta aquí en otra ocasión, vuelvo sobre ella porque me parece oportuna para el asunto que quiero tratar. Asunto intrascendente, tal vez; pero que a mí se me antoja del mayor interés. Yo había escrito: "Si todos opináramos del mismo modo, el mundo sería muy aburrido". Pues bien: la repito ahora porque voy a disentir de una frase que nos dejó escrita, allá por 1947, en el diario "Arriba", de Madrid, un célebre escritor español, conocidísimo mundialmente. Y que ya no está con nosotros. Escribió el autor lo siguiente:

co más o menos, un siglo y cuarto (no olvide el lector la fecha que señalé antes), ha sido, después de Cristo, quizá la figura que más poderosamente llamó la atención de los humanos". Y afirma también el famoso escritor que desde la muerte del héroe transpirenaico hasta hoy pasan de cien mil las citas bibliográficas que existen del emperador francés. Y sigue, basándose en datos que le facilita un tal Jacques de Beauville (perdón por no conocerlo), que desde la muerte del emperador francés se han escrito de él o sobre él "más libros que días han pasado".

Por si no fuera suficientemente atrevida tal afirmación, añade nuestro literato que "sobre su figura habría de salir de prensa un libro y pico cada día".

Aunque es grande mi respeto y mi admiración por el escritor que nos legó estas atrevidas (para mí, al menos) palabras y también la que siento, muy sinceramente, por el emperador de los franceses, yo quiero dejar aquí mi constancia de oposición a creer tales afirmaciones. Sé que Napoleón fue mucho Napoleón. Pero situarlo en el segundo lugar, inmediatamente detrás de la figura divina y humana de Cristo me parece una situación absolutamente indigerible, atrevida y fuera de lugar. Aunque ya he dicho que cada hombre es un mundo, al menos en esto de expresar pareceres.

Ofrezcamos algunos ejemplos. En los libros de Historia Sagrada, conocida -profunda o superficialmente, según los casos- en todo el mundo, aparecen figuras como Adán, Salomón, Moisés, David, Noé... capaces, me parece a mí, de disputarle el trono a don Napoleón Bonaparte, que en gloria esté. Y en Grecia, Roma y otras naciones antiguas ¿cómo vamos a colocar en un escalón secundario a personajes de la talla de Homero, Aristóteles, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Julio César, Marco Antonio, Ciro, ...? Y si hablamos de otras religiones, ¿dónde colocaríamos a Mahoma, Ghandy, Lutero...? ¿Y en qué escalón nos sería dado colocar a Cleopatra, Ramsés II, Hiro-Hito, Winston Churchill, Carlomagno, Alejandro Magno, Mao-Tse-Tung...? ¿Y qué escalafón guardaríamos para Cervantes, Shakespeare, Goethe, Schiler, Dante...?

Me falta una cita. Pequeñita, pero la exhibo para ver cómo reaccionan ustedes: hubo una vez un joven llamado Cristóbal, del que unos dicen que era genovés y otros que de Pontevedra. Da igual donde haya nacido. Sabemos, sin embargo, que consiguió tres barcos para atravesar el océano y plantarse en una islita llamada Guanahaní, y que él bautizó como San Salvador. ¿No merece este Cristóbal un puesto muy, pero muy por encima de don Napoleón?

Por supuesto que la lista podría ser considerablemente aumentada con nombres de pintores, escultores, políticos, científicos, artistas de cine... Claro que, como vivimos en el más pintoresco de los mundos, podría ocurrir que Napoleón Bonaparte, pareja de Josefina, se alzara con el título que le ha ofrecido, tan galantemente, el escritor al que aludo y no cito. ¿Ustedes qué opinan?