Cada vez que quiero hacerme una idea de cómo funciona España a la hora de crear o destruir altares -o héroes, con sus correspondientes heroínas- tengo por costumbre recordar que Colón, el reverenciado descubridor del Nuevo Mundo, regresó de su cuarto viaje a las Américas encadenado en la bodega de una nao. Poco ha cambiado la situación en el medio milenio que ha transcurrido desde entonces.

Tenemos un perfecto ejemplo en el caso de la trabajadora sanitaria contagiada de ébola. Con Teresa Romero en principio curada de esta infección -aunque todavía deberá permanecer algunos días en el hospital-, ha llegado la hora de hablar de cosas que hasta este momento era preferible callar porque ante todo siempre está la salud de una persona, máxime cuando corre peligro su vida. Para empezar, ha dicho por activa y por pasiva su esposo, Javier Limón, que emprenderá acciones legales contra quienes han atacado a Teresa. En concreto, contra el consejero de Sanidad de la Comunidad Autónoma de Madrid. Un señor llamado Javier Rodríguez y que, casualidades de la vida, es del PP.

Ser del PP se ha convertido en un estigma insufrible porque desde la muerte de Jesucristo para acá la derecha española tiene la culpa de todo. Cualquier día leemos un titular en el que se afirma, con la rotundidad de un catedrático impartiendo su doctrina, que a Manolete no lo mató un toro llamado Islero sino un oscuro socio de Rodrigo Rato o similar. O que en el asesinato de Kennedy no intervino Fidel Castro, ni la Mafia, ni el propio FBI como se ha llegado a sugerir, sino una trama previa al caso Bárcenas. De forma análoga, porque aquí no se salva nadie, es posible que dentro de veinte años todavía sigan los populares hablando de la herencia que les endosó Zapatero. Este mismo jueves oí atónico cómo justificaba Cristina Tavío que hasta ese momento nadie relevante de su partido -ni el ministro canario, ni la delegada del Gobierno no en Canarias sino en Gran Canaria- se hubiese dignado al menos a hacer acto de presencia en Santa Cruz para interesarse por los damnificados a cuenta de la última riada. "La ministra Pastor vino en 2002 después de las inundaciones", afirmó la concejala Tavío sin pestañear más de lo imprescindible. También a mí me sacaba a pasear mi abuela hace medio siglo; ahora, ya no.

El caso es que el madrileño consejero de Sanidad ha sido el haragán sobre el que descarga sus iras el populacho antes de quemarlo. No sólo lo ha atacado el marido de la afectada, sino una multitud que aprovecha el menor pretexto para saltarle al cuello a quien tenga algo que ver con el partido de la gaviota. Javier Rodríguez únicamente manifestó que la auxiliar de enfermería tardó en informar a los médicos de lo que le estaba sucediendo -lo cual es cierto- y que si hubiese contado desde el primer momento cuál era su situación se habría podido actuar con más diligencia. Añadió que una persona enferma no suele aunar ánimos para ir a la peluquería al salir del médico, lo cual es igualmente cierto, como lo es que para ponerse y quitarse un traje de protección no hace falta hacer un máster. Ni siquiera un curso en la Universidad de Harvard o en la de Las Palmas (de Gran Canaria), que nada tiene que envidiarle a cualquier otra del mundo mundial.

Le ha faltado tiempo a la progresía para caerle encima al citado político. ¿Declaraciones inapropiadas? Si las circunscribimos al momento, sin duda que sí. Pero también asépticas al cien por cien. Ni él, ni nadie, ha acusado a Teresa Romero de haberse contagiado por negligencia. "Va a ser muy difícil que tengamos una certeza. Tenemos alguna información que circula por ahí que podría explicar lo que ha pasado, lo que no quiere decir que no haya otros factores de alrededor que puedan ayudarnos a entender por qué pasó lo que pasó, o por qué no se supo antes, pero lo cierto es que tener una certeza va a ser realmente complicado", decía este mismo viernes Fernando Simón, uno de los miembros del comité especial creado por el Gobierno para la crisis del ébola.

No menos graciosas son las quejas de Javier Limón porque, al haber estado aislado, no ha podido ayudar a su mujer. Si se refiere a ayuda moral, me callo. Todo lo demás es fanfarronería. A Teresa Romero la han ayudado -la han curado- médicos, médicas, enfermeros y enfermeras -digámoslo así para que nadie se altere- capacitados para ello e integrados en un sistema de salud que pagan todos los españoles; al menos todos los que todavía cotizan a la Seguridad Social. Por lo tanto, sobran los héroes; incluso los de pacotilla. Al señor Limón se le pueden excusar sus bravuconadas porque cualquiera reacciona así tras sufrir una fuerte tensión -y la suya ha sido mayúscula-, pero nada más. A los responsables del sistema sanitario español se les ha contagiado una persona tras atender dos casos mortales de ébola. A los gringos, que son los señores y señoras más avanzados en todo de este planeta planetario, se les contagiaron dos enfermeras con un único paciente. Esas son las diferencias en las que debemos fijarnos. En España faltan buenos médicos, ingenieros y especialistas en cualquier campo -los que hay deben irse al extranjero para encontrar trabajo- pero sobran salva patrias y hasta salva esposas.

Sobran también heroínas fabricadas por los medios -aun en contra de su voluntad- porque, a fin de cuentas, la señora Romero tuvo un accidente laboral. Dejando al margen un grave riesgo de contagio, su caso no es muy distinto al de un albañil que se cae de un andamio, lo llevan moribundo a un hospital y consiguen salvarlo a duras penas tras varios días en la UVI. Y hay muchos trabajadores que mueren cada año en España sin más gloria que una pequeña noticia, si acaso, en las páginas de sucesos.

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