Carmela lleva fatal que le hayan quitado de limpiar la escalera y que ahora sea Bernardo, el taxista, quien se encargue de este cometido en el edificio. Pero la que peor está es la Padilla que, con el reparto de puestos que hizo la presidenta accidental, doña Monsita, le ha tocado hacer de botones en el ascensor. Como Bernardo nunca antes había cogido una fregona, la ha liado con el tráfico de la escalera, desviándolo todo al ascensor para que no le pisen lo mojado, con lo que se montan unas colas para subir que ni las fans de One Direction.

- Esto es increíble. Llevo más de media hora por mi reloj esperando para subir a casa- se quejó el otro día Úrsula.

- Pues te aguantas como todo hijo de vecino -le espetó la Padilla cuando se abrió la puerta y entró el italiano que venía delante.

El problema está en que Bernardo no sabe muy bien lo que significa fregar. Él pasa la fregona y, cuando ve que se está secando, vuelve a mojarla en el cubo y ¡zas! otra pasada más, con lo que el suelo siempre está mojado y, por tanto, intransitable. Está tan obsesionado con su nuevo trabajo en el edificio que le ha dejado el taxi al ''peluca'' para que le camine el coche, de paso, se saque algunos eurillos y, al menos, deje de pegar tranques por unos días.

Quien sí que está en su salsa es Brígida que, dentro del reparto, es la que más tiempo pasa con doña Monsita pues es la encargada de acompañarle al supermercado y de ayudarle con las bolsas de la compra.

- La hermanísima esa es una auténtica arpía -me comentó el otro día la Padilla cuando subí en el ascensor- se pasa el día haciéndole la pelota; se cree que la señora es rica pero no tiene ni los restos de la calderilla.

El jueves pasado la tranquilidad relativa se rompió y empezó el lío como suele ser habitual en este edificio. Bernardo, que llevaba desde las siete de la mañana fregando las escaleras, se enfadó cuando Úrsula intentó subir, a pesar de que él se había amurallado frente a ella para impedirle el paso.

- ¿No ve que está mojado?

- Vaya novedad. Siempre está mojado. Pero ¿sabes qué, freganchín? Me importa un pimiento. No puedo estar haciendo cola todos los días porque el señorito no sabe fregar. ¡Aparta!

Úrsula le dio tal manotazo que Bernardo se tambaleó, cayó sobre el cubo lleno de agua y tres tapones de lejía, dio vueltas de campana escaleras abajo y, cuando llegó al portal, arrolló a doña Monsita que entraba del supermercado y fue a estromparse contra Neruda que le estaba leyendo una carta del banco al italiano.

- ¡Dios mío! Se han matado -gritó Carmela que, desde que no tiene trabajo, se dedica a vagabundear por el edificio.

- ¿Quién? ¿Los tres? ¡Qué desgracia más grande! -se lamentó la Padilla que acababa de llegar en el ascensor desde el quinto y se gozó la escena nada más abrirse la puerta.

Al ruido estrepitoso, siguió un silencio terrible. Neruda fue el primero en moverse y con la mirada perdida en el más allá, comenzó a recitar un poema. "No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre".

- Pobrecillo. Ha perdido el tino y la personalidad -ratificó la Padilla. Eso que recita es de García Lorca.

Por fortuna, Bernardo también volvió en si. Estaba encharcado y olía a lejía después de viajar como una noria por las escaleras. La peor parada fue doña Monsita. La pobre señora se rompió la cadera pero, según nos dijeron los del 112, teníamos que dar las gracias porque la laca actuó de barrera impidiendo que también se rompiera la cabeza.

Así que ahora tenemos tres heridos en el edificio. Mientras tanto, Carmela ha recuperado su puesto en las escaleras y la Padilla ha dejado el ascensor. A todas estas, el ''peluca'' estrelló el taxi de Bernardo contra un árbol y lo ha dejado siniestro total.