Piensa Paulino Rivero, y así lo ha escrito este fin de semana en su cuaderno de bitácora digital, que Canarias está creciendo y creando empleo. La Encuesta de población activa dice otra cosa con respecto al empleo, pero no seré yo quien le amargue un lunes al presidente del Gobierno recordándole que la realidad suele ser más contundente que los deseos, e incluso que las predicciones de futuro. Porque, hablando de diagnósticos sobre lo que nos espera -ya sean buenos o malos esos vaticinios-, llevo varios días dándole vueltas a unas declaraciones de Julio Anguita, otrora líder de Izquierda Unida -denominación que adoptaron los comunistas españoles cuando dejó de serles rentable llamarse por su verdadero nombre-, realizadas no ahora sino en 1995; nada menos que hace 19 años. Auguraba Anguita en una entrevista televisada que la única salida a la crisis de entonces era moderar los salarios y trabajar más. El único camino para superar los diez o doce años difíciles que, según su criterio, le quedaban a este país por delante.

Me llamó la atención que ninguno de los periodistas que lo estaban entrevistando hace una semana, en otro programa que recuperó las imágenes antiguas para certificar ciertas mudas de pensamiento en algunos de nuestros políticos, le objetase que en 1995 no estaba España en la continuidad de una crisis sino en la antesala de un boyante período de vacas gordas, desgraciadamente circunscrito en su mayor parte a la burbuja inmobiliaria. Porque, si no me he olvidado de sumar -la primera de las cuatro reglas-, fue precisamente en 2007 cuando se acabó lo bueno. Expresado con un poco más de claridad para quienes todavía no lo han cogido, los doce años de penurias anunciados por Anguita no fueron tales sino todo lo contrario. El paso de Julio Anguita por IU fue un desastre; parece evidente que no le hubiera ido mejor como adivino.

Le aconsejaría a los políticos vernáculos o estatales -también a Paulino Rivero, naturalmente- que de vez en cuando le encargasen a cualquiera de sus múltiples asesores la recopilación de noticias de hace diez o quince años. Comparar lo que se decía entonces -lo que ellos mismos decían entonces- con lo de ahora no es un mal ejercicio. A fin de cuentas, siempre se ha dicho que la historia es la mejor maestra de la vida. Acaso por eso un juez, al que conocí cuando le quedaba poco para jubilarse, guardaba durante tres meses los periódicos antes de leerlos -de leerlos por primera vez, no de releerlos- porque consideraba que a las noticias, como a los buenos vinos, hay que dejarlas reposar. Nunca supe si me lo dijo de coña o en serio, pero me lo dijo.

Ojalá acierte esta vez en sus presciencias el presidente del Ejecutivo autonómico. Personalmente no estoy muy convencido de que vaya a ser así, pero la esperanza es el último asidero que les queda a los desengañados.

rpeyt@yahoo.es