En su huida hacia adelante -donde según están las cosas se adivina un enorme precipicio-, el señor Paulino Rivero insiste en arrastrar tras él a todo el pueblo canario. Nada tendría de malo si una vez llegado a su fatal destino se autoinmolara en aras de un destino común, pero sin necesidad de llegar a un exterminio conjunto dado que el desastre final sería, no sólo temerario, sino inútil en su propia conceptualidad. De hecho, ya existen algunos de sus correligionarios que se han ido desmarcando por el camino de ese victimismo trasnochado al que se aferra con oportunidad y alevosía y lo han desbancado de sus aspiraciones políticas futuras.

Aun así, quiere tirarse a ese precipicio haciéndonos creer que es un salvapatrias al que le deberíamos lealtad, devoción y pleitesía, ya que, al final de sus días y mientras vagaba por el desierto de la incomprensión, le fue revelada la verdad de lo que en realidad necesitaba Canarias para ser salvada: la soberanía compartida. Ahí es nada. Para ello propone que Canarias, en una supuesta nueva Constitución que algún día se habrá de cambiar y/o modificar, se reconozca explícitamente la realidad canaria; es más, se habla y se insiste mucho en defender la "singularidad de cada territorio", así como tener en cuenta "los hechos diferenciales".

Sobre el reconocimiento de la realidad canaria no sé si el señor Paulino pretende que en la futura Constitución se ponga por escrito que dicha realidad, gracias en buena medida a él y a su partido, Coalición Canaria, que ha estado gobernando desde hace décadas, constituye un escenario político y social penoso: más de un 33% de paro; nuestras universidades hace tiempo que se cayeron de cualquier lista de honor; nuestra educación pública está a la cola de los informes Pisa; nuestra sanidad, donde los pacientes se mueren en los pasillos de urgencias, es tercermundista; los recortes en derechos políticos y sociales son más que alarmantes; nuestra realidad industrial es un monocultivo basado en un turismo de sol y playa que es incapaz de crear puestos de trabajo...; y eso que la mayoría de las competencias estatales están transferidas. Aún así, el victimismo -que suele ser la excusa de los perdedores- se ha convertido en la bandera con la que se revisten tanto el señor Rivero como sus coaligados de gobierno, los socialistas canarios, los cuales, aprovechando la debilidad de spaña, enredan en ese juego peligroso del nacionalismo ideológico reconvertido en un acto de fe para sus propios correligionarios, y que han transformado en una causa romántica con la que pretenden reescribir la Historia y, al utilizarla de camino como un arma política, lo que en realidad pretenden es esconder una búsqueda espuria, descarada y descarnada del poder.

Para ello juegan a dar lecciones de democracia a través de la entrega a los canarios de un mecanismo perverso y fraudulento como es el "derecho a decidir" sobre el modelo medioambiental. l señor Paulino Rivero, que en esto como en otras tantas cosas, por desgracia, es tan sólo un aprendiz de Mas, pretende, no sólo saltarse la ley, que ya es delito, sino que se la salten sus conciudadanos; olvidándose de que en democracia dicho derecho, simplemente, no existe; ya que puestos a decidir podríamos decidir si pagamos o no impuestos; si pagamos o no las deudas contraídas con los bancos y con las administraciones; o si hay que respetar o no las señales de circulación.

l señor Paulino olvida que en democracia las decisiones políticas y administrativas deben estar dentro de la ley; y no es para tomárselo a broma, ya que el cumplimiento de la ley es la única defensa que tienen los ciudadanos frente a la actuación arbitraria de los políticos y los poderosos; precisamente por ello, los ciudadanos debemos defender dicho cumplimiento sin complejos y en nombre de esa misma democracia y libertad.

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