Rechaza Mariano Rajoy que España esté dando una imagen generalizada de corrupción. Les recuerda a los socialistas el presidente del Gobierno los casos que también les afectan a ellos, a la vez que subraya que ninguna de las personas llevadas ante los tribunales que militaban en el PP al producirse esa circunstancia sigue en el partido. Carrerilla que aprovecha para preguntarles a los sociatas qué pasa con el caso de los expedientes de regulación de empleo en Andalucía: ¿acaso no les deja Susana Díaz que tomen medidas? A Pedro Sánchez le ha espetado que él se ha disculpado y dado explicaciones, pero "usted no ha hecho ni una cosa ni la otra".

Los políticos son el reflejo de la sociedad que los sustenta. Lo son, desde luego, en las democracias, cuyos ciudadanos los eligen cada cuatro años, pero también en las dictaduras. Por ejemplo, siempre ha pensado Fidel Castro que él inventó Cuba cuando en realidad fueron los cubanos quienes lo inventaron a él. El propio Franco fue en sus comienzos la consecuencia de un golpe militar, indudablemente, pero a medida que avanzaba su dictadura el régimen era configurado por la actitud de la sociedad que lo sufría. No son los gobernantes quienes moldean a la sociedad; en realidad, ocurre exactamente lo contrario. Una sociedad sana se caracteriza por tener dirigentes sanos. Y una corrompida por ser semillero de personajes inmundos.

La sociedad española es proclive a reírle las gracias a todo el mundo. Empezando por aquellos que defraudan al Erario. Es difícil encontrar un país europeo en el que exista tan poca conciencia de lo público como en este. Supongo que ello se debe a una historia centenaria de reyes abusadores, cuando no directamente ladrones, que exprimían a su pueblo hasta dejarlo a un paso de la muerte por inanición. No ocurrió sólo en España -en Rusia gran parte del campesinado vivía casi como los medievales siervos de la gleba ya iniciado el siglo XX-, pero no estamos hablando de otros países. El rey, el gobernante, los cortesanos, los políticos eran los acaparadores de la riqueza ganada con el sudor colectivo de todos. Nada importaba, en consecuencia, robar a los ladrones.

Es difícil cambiar un estado de opinión colectivo. Lo es incluso abandonar los hábitos personales. Que se lo digan a los alcohólicos, a los drogadictos, a los maltratadores; cualquiera que haya adquirido una mala costumbre. Si se consigue ese cambio ha de ser poco a poco. Lo decía Mark Twain: nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio tirándolo de una vez por la ventana; hay que sacarlo por la escalera, peldaño a peldaño.

"Usted está asediado por la corrupción", le ha dicho Pedro Sánchez a Mariano Rajoy. Es cierto. En la sede del PP levantan una baldosa y salen corriendo como cucarachas veinte corruptos, pero en la del PSOE no andan muy lejos de que les suceda lo mismo. Y en los sindicatos, y en cualquier ámbito porque, que nadie se engañe, tan corrupto es el empresario que explota a sus empleados, como los empleados que estafan a su patrón escaqueándose en las horas de trabajo. En definitiva, no es Rajoy el único asediado por esta lacra. Lo está el país entero.

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