Un docente me contó hace unos días que, al prepararse las oposiciones, cayó en la cuenta de que su método de aprendizaje estaba basado en la equivocación. Cuando repasaba los temas estudiados, lograba afianzar mejor la información en la que fallaba la memoria y cometía el error. De manera que cada vez que erraba, cada equivocación le ayudaba a amarrar los conceptos. Hace años que aprobó la oposición y es profesor.

Me acordé de esta conversación cuando leí un titular de la revista Muy Interesante que dice así: "Equivocarse es bueno para la memoria". La noticia cuenta que un equipo de investigadores de Toronto (Canadá) ha realizado un estudio sobre la conexión entre el aprendizaje, la memoria y el conocimiento, y ha concluido que "cometer errores en el proceso de aprendizaje puede beneficiar a la memoria". Los científicos explican que "hacer conjeturas al azar no parece beneficiar a la memoria, pero acercarse a la respuesta parece actuar como un trampolín para la recuperación de la información correcta".

La noticia añade que "el aprendizaje por ensayo y error parece ser la clave para reforzar los conocimientos en curso, si nuestros errores están relacionados con la respuesta correcta". El texto entra en otros detalles que los entendidos en la materia podrían explicarnos bien.

Yo me quedo, esencialmente, con el titular. El profesor amigo mío lo descubrió. Qué lástima que no nos lo hubieran dicho hace tiempo, cuando todavía andábamos trajinando con el crecimiento y forjándonos como podíamos a nosotros mismos. Incluso, que nos lo hubieran confirmado con investigaciones como esta (desconozco si hay otras). Habría sido un alivio.

Estudios científicos aparte y unos cuantos años vividos, me hacen comprender que equivocarse no solo es bueno, sino necesario. Y además, inevitable. A estas alturas lo he escuchado cientos, miles de veces. Deberíamos entenderlo como algo obvio. Pero semejante afirmación no resultaría novedosa si no fuera porque tengo la sensación de que no terminamos de creérnoslo. Desde un fallo tonto, desde una ridiculez de tropiezo, hasta un fracaso así dicho con todas las letras, cuánto sufrimos con los desaciertos. Y ése es, posiblemente, un error añadido.

Tim Harford es un escritor y economista inglés al que he escuchado con interés en una charla TED (con más de un millón trescientas mil visitas), en la que explica un hallazgo. Harford ha encontrado la existencia de un vínculo en los sistemas exitosos que ha estudiado, y ese denominador común es que esos sistemas "fueron hechos a base de ensayo y error". Cita algunos ejemplos y demuestra así su conclusión. Y hay algo más. Algo que él llama "el complejo de Dios" para referirse a quienes se creen lejos de la equivocación, y para los que propone la humildad como remedio para superarlo. Casi nada al aparato. Creo que nunca había oído un rapapolvo más revelador para los que huyen del error, y lo expresa con cierta gracia. Tengo que visitar su página y bucear entre sus ideas.

Equivocarse es bueno, no solo para la memoria. Equivocarse es imprescindible para el crecimiento, para el conocimiento. Para el conocimiento científico y tecnológico, para el conocimiento social y cultural, para el conocimiento de las cosas cotidianas de cada día, para el conocimiento de uno mismo. Equivocarse es ineludible. Y sufrir y entristecerse por ello es humano, qué duda cabe, pero seguramente es equivocarse por duplicado.

No hay conocimiento seguro sin experiencia. Y la experiencia es un cúmulo de éxitos y fracasos. Eso engloba una vida entera. Por eso, me parece a mí, que en realidad andamos, o deberíamos andar, como malabaristas procurando equilibrios entre fallos y punterías, entre ignorancias y habilidades. En definitiva, entre aciertos y aprendizajes.

@rociocelisr

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