Las dos islas existían mucho antes de que en ellas pusieran sus pies Miguel de Unamuno y Agustín Espinosa, que vienen a ser sus dos descubridores, aunque ninguno de los dos haya nacido allí.
Este artículo también se podría llamar la fundación literaria de las islas.
Resulta interesante seguir las vicisitudes de Unamuno a través de su presencia, primero, en los juegos florales de Las Palmas en 1910 y su posterior confinamiento en 1924 en Fuerteventura, sus contactos e intercambios, sus manifestaciones de todo tipo. El gran ensayista se cruzó con Fuerteventura y redondeó su experiencia en la isla con el libro De Fuerteventura a París, que, sin duda, ha ejercido una empática influencia intelectual, a pesar de que lo escribiera prácticamente en poesía, justamente en lo que el isleño parece encontrarse más a gusto. Su amistad con el poeta Alonso Quesada es una muestra de sus relaciones literarias, pero también mantendrá estrecha relación y hará seguimiento de lo que hagan los hermanos Millares Cubas, que cultivan la prosa y el teatro, así como con Fray Lesco o Domingo Rivero (ambos, literatos de relieve). Unamuno no está aislado ni incomunicado.
Bien es verdad que las consideraciones de don Miguel sobre la condición de isleño, la insularidad, el paisaje, su simbolismo, han dado mucho que hablar y publicar, al punto de llegar a considerarle el inventor de Fuerteventura (algo que ideó para sí Agustín Espinosa con Lanzarote) y enriquecedor de la canariedad; véase, si no, al profesor Bruno Pérez, que avala esta tesis, siguiendo a Manuel Padorno, quien dijo de Unamuno ser el inventor de Fuerteventura
Son, pues, varios intelectuales canarios los que atribuyen a Unamuno casi la condición de escritor canario y la cualidad fundante (de materialidad verbal) de lo canario, al describir su paisaje con la palmera, aulaga, tabaiba o el camello, más las pellas de gofio, atendiendo a las cualidades psicológicas y simbólicas derivadas del aislamiento, la "soñarrera", a lo que hay que sumar la visión mítica y traspuesta de las tierras del Quijote. La cualidad fundante de la palabra escrita, sean mitos soñados o poemas, la encontraremos en Unamuno, Agustín Espinosa y Juan Manuel Trujillo, que otros autores suscriben.
Tenemos, pues, a Unamuno subyugado por el paisaje, al que concede la hondura metafísica que viene concediendo al paisaje de las tierras de España. Es como si la fuerza de lo telúrico fuera otra gran potencia de la metafísica literaria. Hay una cosa que, sin embargo, permanece ausente en sus valoraciones de Canarias, que es la historia. Está la geografía en un primer plano, pero también encontramos el presente del Puerto de la Luz, aunque aquella no aparece. Curiosamente, el filósofo, que no deja de participar y de involucrarse en el devenir histórico, pagando precio por ello más de una vez, lo disuelve en la intrahistoria, que viene a ser la no historia (una suma de vivencias ordinarias ajenas a cualquier salpicadura de epopeya o letra grande de aquélla).
Agustín Espinosa, con Lancelot, 28º, 7'' -prosa poética-, introduce también la dimensión mítico geográfica, que no es historia. Por lo que hay diversas fórmulas poéticas con las que eludirla; similar trasposición del mito en la geografía hará Unamuno con su Quijote por Fuerteventura. Lancelot en Lanzarote y el Quijote en Fuerteventura. Ambos autores buscan refundar con sus mitos los dos territorios, ambos han creado con Lancelot, 28º,7'' y De Fuerteventura a París Lanzarote y Fuerteventura, si nos atenemos a lo que han escrito Valbuena Prat y los Padorno. Pareciera que la geografía y el mito animaran a sustraerse de la historia. Juan Manuel Trujillo extenderá esta idea a las Islas con Viera y Clavijo.