La primera vez que me publicaron un artículo tenía catorce años y fue en el periódico Jornada. En aquel entonces yo estudiaba en el Hogar Escuela, mi colegio y mi casa también, el colegio que siempre llevaré en mi corazón (y estuve en unos pocos). Tenía un profesor, Julián Escribano, que escribía una columna periódicamente en EL DÍA. Una mañana se acercó hasta mi mesa y me preguntó si me parecía bien que se llevara uno de mis escritos para editarlo en la prensa. Esta naturaleza mía tímida no me permitió hacer aspavientos, pero en realidad me puse loca de contenta y el profesor se llevó mis cuatro letras hilvanadas de aquella manera.

Por lo que recuerdo, contaba una experiencia personal relacionada con una fiesta del colegio, o algo así. Escribía de las cosas que me rodeaban, de lo que me gustaba y de lo que no me gustaba, según. De qué otra cosa podía escribir. A lo que voy no es al contenido de un modestísimo comentario que ahora me resulta anecdótico y entrañable. En lo que me quiero detener es en el gesto de un profesor, que se ofreció a intermediar para que alguien pudiera hacerme un pequeño hueco en el periódico. Y al día siguiente fue publicado.

Cuando echo un vistazo más o menos rápido a mi recorrido no sólo profesional, vamos a decir vital, me doy cuenta de que nunca di un paso en solitario. O mejor dicho, cuando tuve que optar, decidir, emprender..., asumir la responsabilidad de una elección más o menos difícil, en ese instante mismo en el que experimentas una profunda y, a veces, escalofriante soledad, en el que asumes personalmente el riesgo y la consecuencia, en el que bregas con un pensamiento radiante y con otro sofocante, y ahí te debates. En ese instante, nada hubiera podido de haber estado realmente sola.

Puedo identificar momentos clave de crecimiento personal o profesional (aunque seguramente debiera decir personal y profesional, puesto que no concibo personas distintas habitando una misma vida). Retomo la idea. Puedo identificar, decía, momentos en los que experimenté realización, satisfacción y esa sensación casi inexplicable en que enmudeces y que te acompaña después de haber alcanzado un objetivo, de haber llegado a una meta. Y en cada uno de esos momentos puedo reconocer también los ojos que me miraron, los pies que me acompañaron, los brazos que me sujetaron, las voces que me alentaron. Gracias.

Nadie llega solo a ninguna parte.

Mira que atravesamos momentos a solas, y así lo vi durante mucho tiempo. Pero creo que me equivocaba a la hora de enfocar y la gente que estaba, que sí estaba, se quedaba fuera del encuadre. La realidad es que, de alguna u otra manera, siempre hubo alguien para tender una mano, para abrir más de una puerta, a veces de entrada a veces de salida. Alguien para brindar una oportunidad, una ocasión, un proyecto. Alguien para compartir un espacio, un tiempo.

Porque si es verdad que la vida me ha ido llevando, que las circunstancias me fueron empujando y en ese contexto yo fui escogiendo, no es menos verdad que sin respaldo, sin alguien que echara un cabo, nada es lo que hubiera logrado. Por eso, tengo un puñado de nombres guardados.

Me parece a mí que los éxitos nunca son propios o particulares del todo. Sin desmerecer el talento, la constancia y el desgaste individual que son indispensables para cualquier logro, lo que es justo, honesto, objetivo y hasta decente, es reconocer y reconocerse en quienes te acompañaron, o te acompañan durante un tramo vital, para enseñarte lo que es posible alcanzar.

@rociocelisr

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