Había un personaje curioso al que llamaban señor Domingo Morales, quien se caracterizara por su exagerada fantasía y por las "bolas" que se mandaba, que solo se las creía él. Solía sentarse en un banco de piedra largo situado en la plaza del Cristo, y cuyo verdadero nombre era plaza de San Francisco por la vía que pasa por el camino de Las Peras, oficialmente avenida de Primo de Rivera y aquí el Ayuntamiento lagunero jugó rápido pues consolidó el nombre de Las Peras antes de que le "obligaran" a quitar lo de Primo de Rivera por aquello de las connotaciones con las dictaduras prorriveristas y franquistas. Hay que decir que al expresado banco lo llamaban "de la paciencia".

Como les comentaba, el tal señor Domingo Morales era un "trolero" de cuidado y un día les relata a los allí presentes que huyendo en cierta ocasión de una pareja de la Guardia Civil se adentró en el monte de Las Mercedes, llegando hasta el Llano de los Viejos, pero sus perseguidores le estaban pisando los talones, reparando entonces que aquel lugar era una auténtica ratonera, una trampa, un perfecto embudo que no tenía salida por el otro extremo, sino solo unos enormes chorros de agua a modo de cataratas que descendían por la escarpada ladera, deslizándose a gran velocidad sobre las rocas. Al poco rato le preguntó uno de los presentes: "¿Qué hizo para escapar de la Benemérita?", remachando la conversación el trolero diciendo: "Pues me agarré del chorro del agua y trepando, llegué hasta arriba, quedándose los dos guardias civiles con la boca abierta".

Como creo que ya les he contado, don José Peraza de Ayala, el Barón o el "Macho Ayala", como le decían los lugareños de la Punta del Hidalgo, era dueño (hoy es de su hija Maritina) de una casona casi al principio de la avenida de la Trinidad que fue construida en 1739, y también de la capilla adosada a la misma, llamada de la Santísima Trinidad.

Un tal Avelino, "rebenque" donde los haya, era dueño de un solar que lindaba con la citada capilla y la quería comprar para echarla abajo y así lograr que el solar resultante fuera más grande ya que su intención era construir un "tronco" de edificio en el mismo. Obviamente, para ello tenía que hablar con don José, su dueño, por lo que se acercó unos metros y tocó en la casona del barón, quien al poco rato lo recibe en su despacho, se sientan y comenzó el noble preguntando: "¿A qué debo esta visita, Avelino?", contestando éste: "Quería saber si usted me vende el "cuarto" que está pegado a su casa?", respondiéndole el barón: "¿A qué cuarto se refiere?", contestando el belillo: "Al que está pegado a su casa y que tiene una campana". El barón se coge una calentura de no te menees y termina sentenciando: "Que usted a la noble, vetusta, prosaica, histórica y tricentenaria capilla de la Santísima Trinidad o Domus Trinitatis, la califique de cuarto..., hombre, Avelino, póngase en la puerta de la calle y no vuelva a poner los pies en esta mansión".

En La Laguna, en los días de agosto con tiempo sur el sitio donde mejor se estaba era dentro de la Catedral, concretamente en el lugar que corresponde al coro, donde todas las tardes, sobre las tres, se reunían los canónigos que componen el Cabildo Catedral para cantar sus salmos y motetes. Imagínense ustedes después del almuerzo, con cuarenta y pico grados y gozando del fresquito que se sentía en aquel idílico lugar, y esto fue lo que hizo que un canónigo exclamara: "Qué pena que aquí no dejen fumar puros".

. El instructor de unos futuros "kamikazes" les dice: "Fíjense bien porque solo lo voy a hacer una vez".

Última Cena. Le pregunta Santiago al Señor: "¿Seré yo, Maestro?, contestando: "No, Santiago". A continaución: "¿Seré yo, Señor?". "No, Pedro, tú tampoco". Interviene Tomás: "¿Seré yo, Maestro?". "No, Tomás, tú no eres". Toma la palabra el más joven de los allí reunidos: "¿Seré yo, Jesús?", contestando éste: "Y se puede saber quién eres tú?", contestando el aludido: "Yo soy el pequeño Nicolás". El jodido chiquillo se había colado hasta en la Última Cena.

Hasta la próxima, no me fallen y el buen humor ha venido para quedarse.

* Pensionista de larga duración