Al comienzo de la Transición a los elementos franquistas que se oponían, primero, a la reforma del franquismo y, más tarde, a la propia Transición se les llamaba el Búnker. Defendían los valores del Régimen: control total de los medios y propagandismo, homogeneidad monolítica de la sociedad, nacionalismo uniformador y excluyente, una única forma de pensamiento que suele traducirse en una gigantesca opinión común, una red de asociaciones afectas al régimen, y la idea primordial y central de enemigo.

Incluso habían llegado al poder décadas atrás saltándose la Constitución y actuando por encima de la ley, utilizando los poderes que debían gestionar fraudulentamente. Todos estos rasgos franquistas se dan en el secesionismo catalán.

Quizá en buen parte su arranque esté en lo que supuso la Asamblea de Cataluña, celebrada en 1971, por la que se constituyó un organismo unitario que aglutinaba a fuerzas políticas, movimientos sociales, personalidades... por tanto un espectro similar al que ahora componen la ANC, Omnium el gobierno y partidos catalanes, es decir, la pretendida totalidad de un pueblo unánime. Uno y grande.

Si hay dos movimientos políticos para los que la democracia representativa puede resultar insuficiente son el nacionalismo (más que representar ciudadanos representan al pueblo) y una buen parte de la cultura de izquierda que también siente representar, antes, a la clase obrera y fuerzas populares y, ahora, con Podemos, a "la gente". Queda fuera de esta característica la socialdemocracia tradicional (excepto el zapaterismo y su pueril radicalismo).

Sin embargo, al final del franquismo, el dinamismo de la sociedad civil catalana y de sus élites e intelectuales resultó imparable: el Estado franquista chocaba con una sociedad civil libertaria, muy liberal en moral y costumbres, rupturista en política, acerbamente plural, progresista, politizada, culta, cosmopolita, laica... Todas las fiestas eran posibles, la izquierda era internacionalista y la burguesía y la derecha nacionalistas.

La izquierda y sus intelectuales vivían los ideales universalistas y emancipadores de una Barcelona plurilingüe, permisiva, hospitalaria y cosmopolita a rabiar. En Barcelona, aunque fuera bajo el franquismo, podían establecerse Vargas Llosa, García Márquez, José Donoso y otros. Un corto oasis.

La inconsistencia política e ideológica de la izquierda española, y en particular la catalana, atomizada, sin tradición teórica ni ideólogos, veleidosa, nutrida de nacionalistas, capitaneada por los hijos de la burguesía catalana, permitió la permeabilización y posterior pregnancia del nacionalismo hasta hacerlo eje de su discurso. Acataron la prevalencia de los valores y la sicología endogámica, tradicionalista y provinciana sobre los ideales universalistas de emancipación y transformación social.

Al rebufo del antiguo régimen que el nacionalismo actualizaba, compitieron con él absorbiéndolo y disputándole la hegemonía. Maragall fue clave en esta abdicación de una alternativa socialista propia que se pudiera sustentar por sí misma. El posterior derrumbe de la izquierda como alternativa global, la falta de ideas transformadores, su obsolescencia teórica, la quiebra con la globalización de un modelo económico público dominante han hecho que la izquierda catalana, también sin proyectos, se haya refugiado en utopías escondidas en el pasado y en las movilizaciones etnicistas.

En Cataluña se ha desplomado el pluralismo, la inclusión, el mestizaje, el cosmopolitismo, el multiculturalismo, la libertad, la posibilidad de diversidad, la cultura libertaria y la madurez cívica, sustituida por el infantilismo de las legitimidades tan hueras, a más de caprichosas, como ese derecho a decidir que no existe en ningún texto legal del mundo.

Domina el discurso político de la Transición tomado por progresista el postulado por el tándem nacionalismo/izquierdismo infantil, reglamentista de la vida individual, intervencionista y uniformador de una sociedad muy poco civil que desfila sin rubor en columnas rojas y gualdas remedando ejércitos imperiales, como si estuvieran en el malecón de La Habana.