En plena vorágine de continuos casos de corrupción en la vida política y empresarial que golpean día tras día a la ciudadanía, esta observa con perplejidad cómo aquellos en los que habían depositado su confianza ahora llenan titulares y se habla de su poderío económico y social. En este momento, próximas las elecciones autonómicas y municipales, emerge la figura del candidato. Y yo me pregunto quién es y a quién representa el candidato, con independencia de su adscripción política. Es un hombre o una mujer que, teniendo autentica vocación política, sacrifica parte de su vida personal y profesional para ponerse al servicio, si es elegido, de los ciudadano. O es, simplemente, una persona que lucha para ser incluido en una lista con la única y denodada ambición de ocupar un cargo público del que servirse, y, una vez elegido, despreocuparse de aquellos que han propiciado su elección. Una elección a veces de forma casual, al no existir un sistema de listas abiertas que permita que sean elegidos aquellos que el pueblo desearía, sea cual sea el lugar más o menos preeminente que ocupen en dichas listas. Y cómo podría resolverse esta situación que, según mi humilde opinión, es la causante de muchos de los problemas que en el día de hoy gravitan sobre todos nosotros.

Creo que una posible solución pasaría porque en cada formación política primasen los principios de capacidad, mérito e independencia de criterio en la elección. De esta forma, se evitaría la emergencia y supervivencia de figurantes en la escena política que son incapaces de mostrar la mínima disconformidad con lo que manifiestan sus superiores, aunque en el fondo estén deseando que fracasen para ocupar su puesto. Otra solución sería que los líderes políticos se rodeen de gente leal, entendiendo por lealtad decir lo que piensa aunque vaya en contra del criterio del líder. Y, sobre todo, que cualquier decisión que se adopte sea pensando en las personas, especialmente en aquellos que se encuentran más necesitados.

Busquemos fórmulas a través de una gestión ponderada y racional de personas con capacidad para afrontar y resolver aquellos problemas, por todos conocidos, que como dardos hirientes acucian a amplios sectores de la sociedad, como son el paro, la sanidad, la educación, los servicios sociales, etc. Y hagámoslo juntos, así se recuperará la credibilidad perdida de la ciudadanía sin utilizar armas arrojadizas, como es la práctica habitual con la única intención de descalificar al adversario. Ahora no toca pelear, ahora toca el diálogo, el consenso y tender puentes democráticos, no dinamitarlos, pues, como dijo Aristóteles, no hay nada más detestable que la injusticia acompañada de poder.