"Que nadie se preocupe; casi nadie nos quiere", decía ayer El Diario de Tenerife.com al final de la noticia que anunciaba que tanto Andrés Chaves como quien esto escribe abandonamos a partir de mañana, domingo, nuestra cita cotidiana con los lectores de EL DÍA. Pienso que es un éxito para ambos que mucha gente no nos quiera después de 14 y 10 años, respectivamente, opinando en estas páginas con entera libertad. Para mí ha sido una década prodigiosa. Diez años y ocho meses con algunos sinsabores, eso es inevitable, pero muchísimas más satisfacciones.

No es necesario graduarse en Harvard para dominar el arte de decirle a cada cual lo que quiere oír en cada momento. Expresar sin medias tintas lo que se piensa tampoco requiere mayores habilidades, desde luego, pero sí una actitud valiente que, aun estando al alcance de cualquiera, no la practica todo el mundo. El mundo funcionaba de otra forma siglos atrás. En la Edad Media a quien contradecía al señor feudal le cortaban la cabeza. Pero incluso jugándose la vida eran muchos los que se rebelaban a diario. Hoy, salvo que caiga uno en mano de los yihadistas, no decapitan a nadie; se contentan sus jefes con despedirlo de su trabajo. Eficaz remedio contra la indocilidad porque por ese expeditivo método todo el mundo se queda quieto. Qué pena.

Vaya por delante que la verdad absoluta, amén de una impertinencia gratuita, es algo que puede causar más daño que beneficios. Por eso tanto Andrés como yo hemos callado más cosas de las que hemos dicho o escrito. No por esa frase maliciosa de que a los periodistas nos pagan para que guardemos silencio, sino por prudencia.

A comienzos de marzo de 2004 me citó José Rodríguez. Quería que escribiese un artículo diario de análisis político. Entonces dirigía un diario digital centrado en noticias económicas. "También puedo opinar de economía", le dije. "No, quiero análisis político", insistió. Durante estos años he escrito de política, de economía, de asuntos sociales, de historia y hasta de cabalgadas en moto sin que ni don José, ni su hija Mercedes hayan objetado nada al respecto porque ambos me han concedido una libertad difícil de encontrar en otros medios de comunicación. Sin embargo, más allá de esa comodidad con la que me siento en esta Casa, hace tiempo que me ronda en la cabeza la idea de tomarme no un descanso, porque todavía no me toca jubilarme, pero sí de meterle las dos manos -como diría un cubano- a asuntos que llevan demasiados años en dique seco. Pienso que ha llegado el momento. Mañana escribiré mi último artículo dominical en este periódico para hablar de José Rodríguez con más amplitud de la que me permite este escueto folio diario. Les doy las gracias a todos ustedes por la paciencia que han tenido conmigo durante esta, a la vez, larga y breve década, y de forma especial a Mercedes Rodríguez por renovarme la confianza que en su día me otorgó su padre.

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