Se ha tratado de santificar la literatura que se hace en Canarias por la profusión de autores y publicaciones, algo que la época permite y es absolutamente general. Significa que hay afición, que es lo único cierto que podemos decir, sin que por ello tampoco nos salgamos del fenómeno mundial. Quizá donde podamos observar algún rasgo de singularidad sea en el ditirambo y autocomplacencia desbordada con que se celebra entre nosotros la avalancha de novela de género que se escribe. La literatura actual de reconocido mérito mundial se mueve por parámetros totalmente distintos, hostiles, muy lejanos. Pertenece a otro cosmos.

Sería erróneo enjuiciar la producción masiva de "literatura" sin identificar sus bases objetivas, naturaleza, biografías, formación y valores de sus agentes, autoridades y convalidaciones, y discurso más que teoría, sobre el fenómeno. Es decir, y citando a Domingo Pérez Minik, lo socioliterario.

Hay un reducto básicamente de profesores, de cuya autoridad crítica, incluso autoral, avalado por sus estudios, compilaciones y proyección, no se puede dudar y que se encuentra en las universidades canarias. Casualmente estos son los únicos que permanecen callados y muy distantes.

Así las posiciones, el debate no puede resultar demasiado complejo ni rico, ya que se trata de un monólogo muy mediático que fluye sin remansos, saltos ni meandros, directamente al mar que todo lo acoge.

La autocrítica o el ensayo crítico no son valores que comparezcan como cartas de navegación o focos de luz en el panorama que tratamos de discernir. Nada que analizar para poder hablar. Carencias esas que ponía de manifiesto y con mucho tino el escritor Víctor Álamo de la Rosa. Por tanto hablamos de una literatura incapaz de reflexión, que en el acto de manar se agota ajena a todo pensamiento. Como en una fiesta igual de bulliciosa que superficial.

Eliminada cualquier tentación de pensar el hecho literario, es natural que no lleguemos a plantearnos un esquema básico e ineludible: ¿la literatura como ocio y entretenimiento o como cultura? A tal fin y disquisiciones pertinentes nos podríamos remitir a César Antonio de Molina o Vargas Llosa, que lo han formulado claramente.

La del ocio y el entretenimiento, además de responder siempre a "backgrounds" culturales muy poco o nada complejos; el disfrute con la acción, las ocurrencias, la funcionalidad narrativa -ese absurdo canon de la novela "bien contada", cuando los chistes requieren mucha mayor destreza- y con meras veladuras de profundidad y denuncia, es una escritura fungible, de consumo rápido, beata, banal, intercambiable, de gran superficie. Sus nichos son la literatura de géneros, donde solo es posible esta literatura artesanal, manierista, de planilla y plantilla, formularia. Curiosamente su crítica, circular, no remite más que a sí misma: si está bien contada, si perfectible, si personajes... A la que le resulta completamente imposible trascender al impacto del arte en el ser humano, ni a sesgos de la vida o mundos mostrados y reformulados. Es por tanto una literatura doblemente enjaulada. A lo que la experiencia literaria en puridad, de hondura para entender la vida, de rehacer el cosmos, ni le afecta. El entretenimiento aborrece cualquier dimensión distinta a la elusión divertida del transcurso del tiempo. La literatura como cultura connota todo el impacto y emociones que destiladas en cada línea gotean y humedecen para revitalizar lo más recóndito del ser humano y la vida en general.

Ha sido otra vez Víctor Álamo de la Rosa -él sí se mueve por las formas expresivas, concepciones y estímulos existenciales de la verdadera literatura que se realiza en el mundo- el que ha vindicado recientemente que la literatura es arte. Gracias por decirlo: es revolucionario.