Algo (algo malo, quiero decir) ha debido pasarnos a nosotros, los canarios, para que en las últimas décadas hayamos hecho todo lo posible por no ocuparnos como es debido de lo que hacen los otros si los otros no son los nuestros. Esta tendencia a la dejadez ante la obra ajena que no nos simpatiza ha dejado en la cuneta, me parece, proyectos grandes, que ahora se arrinconan en la memoria como escorias de un tiempo al que ni miramos. Y es una pena de la que todos somos culpables. No ignoro cómo pasó, pues pasó, y a veces pasó incluso ante nuestra propia vista, tiene fechas incluso, acontecimientos; pero si vuelvo a eso entonces estaría rompiendo mi propósito, que es el de reivindicar lo bueno que hubo para explicar que su recuerdo, al menos, debe ser más generoso que la contemplación que tuvo cuando aún ese proyecto, o esa realidad, estuvo en vida.

Ese preámbulo que dejo escrito no deja de ser doloroso, pues afecta a varias tramos de las distintas generaciones culturales canarias, desde la generación escachada hasta esta que está viniendo; y como una maldición que algunos deben bendecir, pues se da constantemente, amarga la vida (cultural) hasta a las que vienen con el 2.0 bajo el brazo. ¿Una maldición canaria? No, es una planta que se da en cualquier latitud, de México a la Tierra del Fuego, y desde allí hasta la más pequeña de las islas que haya en el mundo, incluidas las nuestras. Pero como nos ha pasado a nosotros (y, ay, nos sigue pasando) lo dejó ahí, como decía nuestro añorado Alfonso O''Shanahan, "para execrable memoria de nuestro tiempo".

Pero, en fin. Entre las grandes cosas que hubo en esta larga posguerra de nuestra vida fue la existencia, en Tenerife, en Canarias, en el universo de la lengua española, de la revista Syntaxis, que con una constancia que sólo puede deberse a un poeta dirigió en Tenerife Andrés Sánchez Robayna, uno de los grandes poetas de la lengua que hablamos y en la que escribimos. Discípulo y amigo, a la vez, de Octavio Paz y de Carlos Fuentes, tomó de ambos energías disímiles: Paz era la intensidad en la acción, y Fuentes era la acción en la intensidad. Con los dos los vi vivir, hablar y estudiar, como si fuera a la vez un colegial y un compañero. Con esos valores, intensidad y acción, Sánchez Robayna puso en marcha esa revista en la que acogió lo mejor de la inteligencia internacional, abrió (como hicieron sus antecesores de Gaceta de Arte, de los que también fue amigo) su revista a las nuevas corrientes de pensamiento (de pensamiento poético, sobre todo) que había en el mundo, y trajo al aire disociador (ese adjetivo de Pérez Minik) de Canarias el latido de un universo que también era el nuestro.

Con motivo del treinta aniversario de esta "aventura creadora", Robayna y sus compañeros organizaron una gran exposición en el Tea de Santa Cruz de Tenerife; hicieron un catálogo, que seguramente me enviaron pero (como era, y es, suculento) desapareció de mi correo como pan caliente. Meses después, otro gran compañero de esa aventura, Miguel Martinón me lo entregó en Santa Cruz, como si fuera un abrazo, y me dejó también su libro, que aquí me acompaña: Ciudadano del viento y otras manos (Poesía y poética de Pedro García Cabrera), que edita Idea y que, por cierto, le acaba de presentar el propio Robayna en la isla.

Ese catálogo lleva un prólogo de otro admirable escritor, un poeta ensoñado pero activísimo, generoso como un maestro, Alejandro Krawietz. Me permito sumarme a la última parte de su prólogo para corroborar lo que dice Krawietz sobre la aventura de Syntaxis: "Los treinta años transcurridos desde su nacimiento nos permiten tener ya la suficiente perspectiva para examinar el significado de una aventura creadora y crítica que, en lo que respecta a Canarias, ha sido la más ambiciosa al menos desde Gaceta de Arte". La casualidad quiso que Krawietz, que entonces no debía tener quince años, le hiciera a Pérez Minik, un héroe de esa otra hazaña ambiciosa, la última entrevista que se le hizo en vida a este maestro. Esa frase de Krawietz parece, pues, la expresión pintada de un vaso comunicante.

Ya no pueden ver la exposición. Pero vayan a las bibliotecas. Ahí verán Syntaxis. Una maravilla sobre la que debe haber gloria, no mezquindad u olvido. De nadie. Gracias, Andrés.