EL DÍA publicó en su portada del día 10 del corriente una infografía sobre el aspecto que tendrá dentro de unos años la entrada de Santa Cruz por la plaza de España. Conocedor del proyecto de los arquitectos Herzog & de Meuron, no me ha llamado la atención el acercamiento de la ciudad al mar -ya estaba previsto en él-, aunque sea lo que más atraerá la atención de los ciudadanos, sino el verde de la arboleda. Recuerdo lo censurado que fue el proyecto cuando se levantó el "mamotreto" -así fue bautizado desde el primer momento- porque, se decía, desde el Bar Atlántico no se podía ver el mar. En una conferencia ofrecida por Herzog, este dijo que se vería un bosque de laureles de Indias, y así va a ser.

En realidad, lo que el arquitecto suizo volcó en su proyecto fue la vocación que siempre hemos mantenido los chicharreros por los árboles, por las zonas verdes. Invito a mis lectores a que consigan un plano de la ciudad en que se reflejen los lugares con ese color. Porque siempre mencionamos el parque de García Sanabria y el de La Granja, pero hay algunos más: El Quijote, Las Indias, Cuchillitos de Tristán..., además de un gran número de plazas y plazoletas -Weyler, Príncipe, La Alameda...-, sin olvidarnos de la avenida de Anaga y las ramblas, que atraviesan la ciudad de parte a parte; sin duda alguna podemos catalogar a Santa Cruz como una ciudad verde.

Esa visión me ha hecho recordar otra que me planteó mi buen amigo Carlos Schönfeldt Machado, que no se limita a trabajar en sus negocios turísticos, sino también a imaginar algunas cosas que pueden parecer utópicas. En esta ocasión, concretamente, se le ha ocurrido la idea de transformar el espigón del muelle Sur en un espacio ajardinado. Ya supongo que mis lectores -como yo- habrán fruncido el ceño, pues una idea como esa parece no "encajar". Los puertos son para que atraquen los barcos y se carguen y descarguen mercancías, no para convertirlos en jardines, pero si dejamos volar un poco la imaginación no tardaremos en darnos cuenta de que la idea no es disparatada debido a las especiales circunstancias que concurren en el mencionado espigón.

En efecto, otrora, cuando se utilizaba para el tráfico de mercancías, su superficie a veces resultaba insuficiente para almacenarlas, pero en la actualidad los sistemas que se emplean para ese trabajo han cambiado y los atraques se realizan en los otros muelles. Debido a eso, excepto en la temporada invernal, el del Sur se halla casi siempre desocupado, ofreciendo a quienes amamos el puerto un aspecto que nos apena.

En esta situación, teniendo en cuenta la anchura del espigón, la idea de Schönfeldt -aunque debería de ser él quien la precisara- contempla la construcción de parterres en toda su longitud, con vías de circulación de vehículos a ambos lados. Así, lo primero que verían los miles de turistas que nos visitan cuando sus barcos atraquen sería una cinta verde que se prolongaría por la avenida de Anaga y las ramblas. Ni siquiera haría falta romper el piso del espigón. La jardinería actual, con los cultivos hidropónicos, el riego por goteo o la utilización de otras técnicas permite construir jardines -sin árboles- que requieren poco espesor de tierra; bastarían 50 cm.

A mí, francamente, la idea me agrada. Resultaría muy económica, cambiaríamos el aspecto de un espacio en la actualidad desolado y ofreceríamos a nuestros visitantes una imagen que, por ahora, ningún puerto del mundo presenta. La Autoridad Portuaria podría al menos estudiarla antes de rechazarla.