Hoy he vuelto a ver en la calle la escultura móvil que me sobrecogió la primera vez que la contemplé. Esta vez, la autora ha cambiado los grises que destilaban aires irrespirables de revolución industrial por el marrón del barro cocido. Me resulta igual de irrespirable. Su representación sigue siendo la misma: arrodillada en el suelo, "ataviada" con pañuelo en la cabeza y bayeta en mano. Cuando echas la moneda en un pequeño recipiente, la mujer comienza a limpiar el suelo a base de fuertes refregones. El mensaje escrito en un trozo de cartón tampoco ha variado: "A todas las mujeres que silenciosamente han construido la historia".

Cuando vi esta escultura móvil en aquella primera ocasión, vi en realidad a tantas y tantas mujeres de la historia rebeladas a voz en grito. Me ha vuelto a pasar. Las mujeres de mi propia historia, las que conocí personalmente, las que aún siguen formando parte de mi vida, y las mujeres que inspiraron mi trabajo, mi vocación y mis ganas. Mujeres de mi familia, mujeres que hallé en libros, mujeres que encontré en el colegio, en el barrio o en una redacción. Mujeres de impresión, de esas que juegan en otra liga, dispuestas a encarar el silencio y el destino con un "aquí estoy yo".

En mi cabeza tengo presente a dos mujeres que impulsaron mi formación. Mis admiradas Marie Curie y María Rosa Alonso. Hablo en el plano profesional. A un nivel profundo siempre ha estado mi madre, que es punto y aparte. Para hacer lo que ella hizo y lograr lo que ella ha logrado había que ser una fuera de serie. Y ella lo es. Así que el ejemplo siempre lo tuve muy cerca. Mujeres, con aportaciones trascendentales, a las que se les dificulta extraordinariamente jugar un papel protagonista y bien visible, y cuyo reconocimiento público se retrasa en el tiempo.

Marie Curie fue una de las científicas más importantes del siglo XX. Recogió el Nobel de Física de 1903 al alimón con su marido Pierre Curie, junto a otro científico, Henri Becquerel. El descubrimiento capital se lo adjudicaron a ambos. Sin embargo, el mismo Pierre reconoció que el desvelo y el logro correspondían a Madame Curie. Las horas dedicadas a un trabajo minucioso y durísimo en busca de lo que luego fue el radio fueron las de ella. La técnica de extracción y de purificación del radio la inventó ella. Las biografías que he podido leer de la científica polaca coinciden en esto. Su contribución a la historia fue gratificada años más tarde con otro Nobel de Química, esta vez para ella sola. No obstante, padeció la penumbra y no se libró del escarnio público cuando se atrevió a enfrentarse a los convencionalismos sociales.

La escritora María Rosa Alonso, a la que descubrí ya nonagenaria en la entrega de un premio (que recibía ella, no yo) me deslumbró por su coraje, su fuerza, su lucidez, casi su descaro, su ingenio, su agudeza. No sé las veces que pude escuchar aquella intervención suya cargada de madurez y esplendor. Con el tiempo he ido reuniendo un material muy valioso para mí que espero poder alumbrar algún día, y gracias a esa investigación que tengo iniciada pude saber cuánto le costó a esta mujer posicionarse en el mundo literario (y no solo literario) dominado por hombres, y hacer oír su voz. Fue una de las grandes intelectuales canarias y españolas. Y los reconocimientos, como se ve, también se hicieron esperar.

Mujeres constructoras de la historia. Homenaje y gratitud a las que construyeron silenciosamente. Homenaje y gratitud a las que construyeron, y construyen, desafiando el silencio.

@rociocelisr

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