Tras leer hace meses los dos últimos libros de Tzvetan Todorov y Alain Finkielkraut, autores franceses, hube de aceptar la existencia, cuando menos en Francia, de la islamofobia. Concluyentes los datos y razonamientos, me sirvieron para disolver errores y prejuicios. El retrato robot que hacen de los terroristas islamistas viene a coincidir con los autores de la masacre de Charlie Hebdo y la tienda judía. Franceses, marginales ("aguantaparedes"), legos en el Corán, y a diferencia de padres o abuelos, sin una cultura de origen con la que identificarse, pero tampoco con la de nacimiento, que es la francesa. El fracaso de la escuela francesa republicana y laica resulta palmario. Si Francia es el modelo de la asimilación y la integración, Gran Bretaña es el del multiculturalismo. Ambos modelos son igual de desalentadores.

Curiosamente y pese a todo, las naciones europeas, incluida Francia, no dejan de tener un componente étnico muy fuerte: la idea de "ser" o esencia. En los EE.UU., el país de la emigración, el comunitarismo de una nación cívica y no étnica permite el sentimiento de pertenencia o integración cualquiera que sea la cultura de procedencia, que es compatible con los conflictos sociales. Muy pocos reniegan de ser norteamericanos. Las segundas y terceras generaciones de emigrantes musulmanes, aunque lleguen a ministras como en Francia, sí lo hacen en toda Europa.

El polémico Houellebecq va más lejos al negar la posibilidad de representación política de los musulmanes dentro del arco de partidos franceses. Las ministras de origen africano lo refutan. Así como el mundo musulmán no parece dispuesto a segregar el ámbito divino del temporal, algo que el cristianismo consumó hace siglos, no se puede decir que sea anticristiano, aunque sus fundamentalistas lo sean a niveles medievales. Las persecuciones se suceden en África (hoy Nigeria) y Oriente contra comunidades cristianas como caldeos, coptos, maronitas, muy anteriores al Islam en esos territorios, con la falta de reacción de los europeos, que piensan convertir el mundo a su imagen y semejanza, a base de modales y buen ejemplo.

No parece que les vayan a dejar, el mundo es como es, pero es importante comprobarlo.

A lo que hay que añadir el propio antioccidentalismo y cristianofobia que cultiva alguna izquierda sureña europea, hermanada al fundamentalismo objetivamente. Así el 11-M fue culpa de Aznar, idea que arremolinó y sugestionó a tantos.

Todorov contrapone en todo momento la idea de bárbaro a la de civilización: la sociedad abierta.