Si comienzo diciendo que los problemas de Santa Cruz me pillan un poco lejos, no faltará quien diga que tal afirmación resulta absolutamente negativa por mi parte, porque pondría de manifiesto poco amor hacia la capital de mi Isla y de mi Provincia; pero si alguien lo cree o simplemente lo piensa comete un craso error. Amo a Santa Cruz. Pero creo que se me permitirá, al referirme, por ejemplo, a mi pueblo que yo muestre un amor diferente por razones que no se hace preciso explicar. Voy, de todos modos, a dedicar unos renglones a Santa Cruz.

He leído una vez y otra, un mes y otro, un año y otro... que se pretende derribar el llamado Mamotreto de Las Teresitas. Yo no sé si el dichoso mamotreto es feo o bonito, si se construyó legal o ilegalmente, si era o no necesario... Lo que sí sé es que el dinero invertido allí podría parecerse mucho al que habrá de emplearse en su obra de devastación; quiero decir, en su derribo. Y a este modesto escritor de pueblo le parece que no está el país para semejantes desenlaces. O semejantes despilfarros, si lo prefieren ustedes. Y lo expreso así, después de ponerle música: "No lo hagas, vida mía; no lo hagas, por favor".

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Acabo de leer en un periódico tinerfeño una noticia que me deja frío, porque se informa allí de los pueblos canarios que cuentan con mayor o menor renta declarada; y me he llevado un gran susto. Resulta que entre los ocho pueblos que ocupan la cola figuran Buenavista, Los Silos y Garachico. (El Tanque,¡pobrecillo!, no está en el estudio (¿). Y yo me pregunto: ¿Qué pasa? ¿De quién es la culpa? ¿Por qué sigue años y años, lustros y lustros, décadas y décadas... la llamada Comarca de Daute totalmente ignorada? ¿Pretenden las autoridades provinciales hundir definitivamente al pequeño territorio por estar enclavado en un lejano lugar? Si se les ha pasado por la mente tan horrendo pecado, vuelvo a poner música para paliar tanta tristeza y digo: "No lo hagas, vida mía; no lo hagas, por favor".

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¿Tiene usted pensado, amigo lector, darse un baño en un lugar donde se vea el Atlántico con su plena fiereza, alterado, enfadado, lleno de rabia? ¿O prefiere usted, a sus más de setenta años, irse de senderismo por Masca, Taganana o Anaga, por no citar el barranco del Infierno, con la sanísima intención que ver cómo, una vez más, sale, como cada día, un helicóptero a salvar su vida, puesta por usted solo en gran peligro, aprovechando que ahora ha bajado el precio del crudo? Si lo ha pensado usted, oiga lo que voy a decirle con acompañamiento musical: "No lo hagas, vida mía; no lo hagas, por favor".

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El ínclito señor Iam Gibson está como loco, buscando un día y otro día, un mes y otro mes, un año y otro año los restos del gran poeta Federico García Lorca, muerto, como ya saben ustedes, en trágicas circunstancias. Nada tengo contra el recuerdo del gran poeta; al contrario. Pero creo que contrasta esta indesmayable postura con el brevísimo tiempo que se dedicó -que yo sepa- a recuperar, dentro de un edificio conventual, los restos de don Miguel de Cervantes. Leí la noticia un par de veces, pero, al momento, todo se olvidó. ¿Será que la categoría de don Miguel no le llega a las zapatillas a don Federico? Si alguien pretende contestar a mi pregunta afirmativamente, permítanme que le ponga música al asunto y diga: "No lo hagas, vida mía; no lo hagas, por favor".