Si algo define a esta sociedad es su carácter postindustrial, aunque también se haya definido de otras muchas maneras. Nadie habla ya de clases sociales y menos de proletariado, revoluciones industriales y toda aquella jerga finiquitada por la historia. De forma que hasta la izquierda, empezando por Pedro Sánchez del PSOE, se refiere en primer lugar a las clases medias; Podemos dice "la gente", la nueva izquierda con teóricos como Tony Negri o Ernesto Laclau habla de "multitud", y coinciden con las nuevas reformulaciones socialdemócratas en que ni cuentan ya con los trabajadores ni los discursos de clase.

Ha habido una generación de sindicalistas como fueron los de la Transición, que cabe tildarlos de generosos, altruistas, "amateur" (todos con trabajo fuera del sindicato y sin tentaciones parasitarias), que han tenido la suerte de jubilarse cuando se cerraba el ciclo histórico industrial y las estructuras económicas de las que surgieron.

No hay necesidad de indagar en sumarios abiertos por corrupción, ERE, cursos para fijarse en el perfil del nuevo sindicalista y constatar las diferencias con sus antecesores. Si algo no cabía imputarles a los de la Transición era el carácter de burócratas, desmotivados o avisados supervivientes que solo la Constitución y las funciones que esta otorga les mantiene. No la capacidad (y mérito) ni la productividad (y objetivos), tras un breve paso, o ni eso, por el mercado.

La popularidad de los sindicatos no está mucho más arriba de la de los políticos, y así como se denuesta de los políticos, no se hace de los sindicalistas (langostas y negocios al margen), porque pasan totalmente inadvertidos por la sociedad. La burocracia paradigmática, que es la sindical, difumina con su gris mate cualquier contorno o perfil. La casta sindical tiene muchas ventajas: no han de realizar programas de gobierno, y por tanto elaborar y aplicar políticas de nada, tampoco, pues, equivocarse y ser sujetos responsables. Alguien es capaz de imaginar la responsabilidad de un sindicalista en algo. En las horas perdidas en reuniones fútiles, en negociaciones que no necesitan estudiar ni prepararlas, en la redacción a veces ultrajante con la sintaxis de convenios o asesoramientos sin praxis legal detrás.

Los antiguos dirigentes obreros, que sin duda existieron y lideraron movimientos sociales, han sido sustituidos por una casta burocrática, opuesta en esencia a todas las dinámicas actuales, aun cuando en fechas señaladas son capaces de ofrecernos pensamiento y programa dentro de los márgenes de una pancarta. Rosa Luxemburgo se suicidaría.