Cerca de casa, junto al barranco oscuro y siempre por estas fechas, alumbra una luz ruidosa que daña demasiado mis oídos. A falta de diagnóstico médico certero, creo que es ese brillo, que encandila hasta en las alturas más cercanas a las estrellas, el que entra y retumba al lado de mi mesilla de noche; el que se convierte en máximo culpable de mi dolencia insoportable que nace abrazada a la duermevela.

Temo tal estado vital, que es anómalo y a veces me hace brincar sin sentido, porque conduce mi yo a pensar en tonterías varias, en cosas que jamás se reconducen al instante siguiente. Por ello luego me entero, algo tarde y ya con la consciencia recuperada a pleno rendimiento, de que quise volar y volé, y de que quise ver y vi..., lo que en la realidad no deja de ser un auténtico y terrenal imposible.

Claro que son cosas que pasan en la vida; enfermedades, quizá sólo manías, lo que se prefiera, pero estas crisis a mí me afectan mucho más en tiempos de murgas, disfraces, pitos, charangas y batucadas; de ruidos múltiples y letras mal interpretadas que transportan y alinean gratis con el absurdo de sostener, aunque sea en pocos segundos de tránsito hacia la nada, que Bermúdez se presentará a las elecciones locales de mayo próximo como segundo de Guigou (¡imposible...!); por cierto, al que además vi celebrando el cierre definitivo de la refinería de Cepsa tras cobrar su escondida nómina.

También planeó sobre mi mente, entonces a medio gas, la idea imprecisa de que Clavijo, que nació en esto de la política tras beber agua primigenia de la fuente abierta por el nacionalismo de izquierdas (hace muchísimos años, pese a su juventud y magnífica forma corporal), paseaba de la mano de Antona (más entradito en carnes) por la céntrica calle de la Carrera. Ambos sonreían por el placer de verse mandatarios de un gobierno formado por chicos jóvenes y bien preparados. Tremenda insensatez de sueño ligero se esfumó de mi cabeza nada más sentirme encandilado por el brillo que emanaba del barranco, junto a ruidos mixtos e indefinibles, vulgares como el opio del pueblo, los mismos que salían atropellados de la vertiente más urbana de la ladera hacia las cotas más altas de la ciudad que sólo vive con la erupción puntual del griterío más pronunciado.

En esos mismos instantes, que si dormido que si despierto, con la duermevela a cuestas, me ocurrió otra cosa terrible que no deseo a nadie, ni a mi mayor enemigo: me vi, con todo lujo de detalles, votando en mayo a un desconocido que me dijeron que había sido capaz de siempre decir la verdad y nada más que la verdad. Deposité la papeleta y me sentí tan a gusto que... ahora no entiendo por qué antes dije que andaba aterrorizado. Luego ya desperté y me dediqué a apuntar lo ocurrido en otra indeseada duermevela de prolegómenos de Carnaval.

@gromandelgadog