En EEUU, cuarenta millones de habitantes, una población similar a la española, carece de cualquier tipo de cobertura sanitaria. Un mayor número de ciudadanos tiene seguros privados que no le cubrirán intervenciones quirúrgicas complejas ni medicamentos caros. Muchos americanos se arruinan cada año para afrontar enfermedades costosas. Muchos más tienen que pedir créditos para mantener su salud. El aseguramiento privado forma parte de las negociaciones entre patronos y empleados: sin aseguramiento a cargo de la empresa, mejor salario; con aseguramiento de baja cobertura, menor salario; con aseguramiento de alta cobertura, sólo los altos directivos. Hay pólizas para todos los gustos. Me han contado colegas americanos que consultar a las aseguradoras si la póliza de un paciente cubre una exploración o un tratamiento forma parte de su labor cotidiana.

Desde la visión europea parece inconcebible que el país más rico del mundo y el que tiene la medicina más avanzada tenga estas desigualdades sociales. Tampoco les parece razonable a muchos americanos. Edward Kennedy, Bill Clinton y, especialmente, Barak Obama han puesto mucho esfuerzo para cambiar tremenda desigualdad. Pero ¡con los mercados hemos topado!

El imperio del dinero sabe bien que el gran negocio está en vender productos y servicios imprescindibles. La alimentación, en las multinacionales de las grandes superficies. La energía, en oligopolios que exprimen a individuos y Estados. La vivienda, en grandes constructoras que han explotado a ciudadanos hasta que agotaron el sector. Pero la Sanidad europea está virgen y es inagotable, siempre habrá enfermos. Las grandes aseguradoras internacionales, los grandes grupos farmacéuticos y el resto del "lobby" (industrias de equipamientos médicos, cadenas de distribución de fármacos, etc.) babean cuando intuyen que tienen cerca la apertura del mercado europeo sin otras reglas que las que ellos imponen: liberalización a ultranza y Estado testimonial.

La Sanidad europea está al borde de esta escalada privatizadora. Y no se trata de una ensoñación catastrofista. Existen muchas evidencias que apuntan a que gran parte del camino ya está andado.

Todo lo relativo a medicamentos y productos sanitarios se rige en la actualidad por las reglas del mercado único europeo, que son de obligado cumplimiento para sus Estados miembros. A día de hoy, este ámbito está adscrito a la Comisaría de Salud y Seguridad Alimentaria. Este superministerio es, posiblemente, uno de los órganos directivos de la UE con mayor sensibilidad social y ha velado de forma competente por la transparencia en las políticas de salud pública y la regulación de la calidad farmacéutica. Una prueba de ello ha sido la reciente suspensión de comercialización en Europa de una serie de fármacos genéricos de origen indio con evidencias de manipulación en sus certificados de calidad. Pues bien, con este panorama tranquilizador, una de las primeras intenciones de Jean Claude Juncker ha sido trasladar las competencias europeas en medicamentos a la Comisaría de Mercado Interior, Industria, Emprendeduría y Pymes, un órgano ajeno a las inquietudes sanitarias de la población europea y dedicado al comercio y a los márgenes de beneficio.

Pero no todo queda aquí. Con gran sigilo y poca transparencia ya están muy avanzadas las negociaciones entre EEUU y la UE para llegar a un gran acuerdo de libre comercio bajo las siglas TTIP (Transatlantic Trade Investment and Partnership) que supone la más grave amenaza para nuestra Sanidad pública. Al modelo sanitario USA no se le esconde el volumen de negocio que supone la salud de los europeos. La idea es eliminar las barreras legales y comerciales que impiden la libre circulación de productos y servicios entre ambas comunidades transatlánticas.

Pero el gran capital no está por tolerar que los ciudadanos de un país puedan cambiar fácilmente las reglas del juego legislando en contra de sus intereses. No están por respetar opciones políticas democráticamente elegidas que puedan ir contra sus ganancias. Para protegerse de estas situaciones, que interpretan como veleidades emocionales, el TTIP establece que los intereses de las grandes compañías se arbitren por acuerdos de indemnización directos con el Estado y al margen de los tribunales ordinarios (Investor-to-State dispute settlement mechanism). Esto supone maniatar a los gobiernos con cuantiosas indemnizaciones si quieren proteger el interés general frente al abuso del capital.

Es posible que este acuerdo tenga grandes beneficios para una languideciente Europa. Pero necesitará de líneas rojas y una de ellas debe ser el mundo sanitario.

Los empresarios alemanes y, especialmente, su industria automovilística ya se han manifestado a bombo y platillo a favor del TTIP y están ansiosos por cerrar el acuerdo. En julio, en un acto público, el presidente de BMW, Norbert Reithofer, le solicitaba al ministro de industria, José Manuel Soria, que instara al Gobierno español a impulsar una firma rápida del TTIP.

Si los mercados han conseguido que la reforma de Obama, el Obamacare, quedara en agua de borrajas, ¡qué no conseguirán con el halcón Juncker!

Los sectores comprometidos con el modelo de Estado de bienestar europeo no pueden dormirse ante lo que se avecina. Debemos defender la sanidad como derecho, no como negocio. Los médicos, a través de su estructura nacional, la Organización Médica Colegial, estamos en ello y reclamamos la línea roja sanitaria.