Efectivamente es un número de la Lotería que llevo buscando hace tiempo, y que hasta la máquina lo da por agotado. Debe tenerlo en exclusiva alguna administración en particular, o puede que algún feligrés o grupo lo haya acaparado. Cuando lo solicito en mi administración habitual, la lotera dice que solo sale para el sorteo de los jueves, pero desde hace mucho tiempo soy consumidor de décimos de lotería los sábados, y últimamente me ha dado por comprar números con fechas señaladas. Ni por esas llega la suerte, alguna vez un terminal, y gracias.

No suelo jugar a la Quiniela, la Primitiva, o el Gordo, y hace años que me decanté solo por la Lotería, afición que heredé, si se puede llamar así, de mi padre. Él siempre jugaba unos décimos y escuchaba el sorteo en una radio galena a través de Radio Nacional de España. Se sentaba en su sillón y colocaba los décimos en la barriga para calentarlos, decía. En una ocasión se sacó un pellizco, y con el premio le compró a mi madre un armario y para él una escopeta de dos caños de la marca Víctor Sarasqueta.

Saco el tema de lotería porque conocí a un tal Joaquín, andaluz, buena persona y muy tenaz, que me guardaba lotería habitualmente, y algunas veces incluso me lo alcanzaba al trabajo, cuando mi negocio estaba por el Hospital General. Le dije que no se gastara dinero en el transporte, que si lo dejaba en la oficina del Banco de Bilbao en La Salle, el de la ventanilla se lo pagaba y el banco me lo cargaba en cuenta. Era una época en que los bancos te trataban bien.

Joaquín se llevaba bastante mal con Manuel, un lotero cojo que se ponía en la puerta de la oficina principal del Bilbao en la Alameda. También era andaluz, creo recordar de Jerez de la Frontera, pero era un hombre bastante hosco y creía tener la exclusiva del lugar. A veces me paraba a hablar con él, y le molestaba que Joaquín ocupara la esquina de la Plaza Candelaria. Tenía sus ahorros en la misma entidad, un buen fondo de pensiones, y había comprado un ático de 100 metros cuadrados en San José o Villalba Hervás, por cuatro millones de pesetas y amueblado. ¡Una ganga! Solía irse de vacaciones un buen tiempo y cuando regresaba traía números de Valencia y Jerez. A principios de los 90, viviendo nuestra primera gran crisis en casa, me metió por los ojos media hoja de un número de Valencia. "No me lo pagues", me dijo, pero busqué el dinero porque ya se sabe que lotería fiada nunca toca, y menos mal, pues al siguiente domingo me encuentro su foto en la primera página del periódico, porque había dado un segundo premio. Menuda tiritona me entró hasta que pude comprobar que era mi número el premiado. Se la agradecí enormemente y no solo por la ilusión de tocarnos esas pesetillas, sino porque fue un alivio muy grande para la economía familiar en aquellos momentos tan malos. Es la única vez que nos ha tocado algo importante, porque estos últimos años ni lo comido por lo servido. Tanto a Joaquín como a Manuel les perdía por completo la pista.

Para la lotería de Navidad voy comprando algún décimo desde meses antes en sitios concretos, pero normalmente tengo por costumbre intercambiarlos. Antes lo hacía con mi hermano el mayor, ahora lo hago con su hijo. También con mi buen amigo José Antonio Padrón, pero desde hace años me he dado cuenta de que el Gordo ya no va conmigo. Si recupero algo de lo gastado, lo reinvierto en el Niño, casi siempre comprado en una administración. A veces me gusta ayudar a la gente y cojo también de alguna asociación, pero no cuento con ganar una importante cantidad de dinero, diría que juego por tradición. Ahora, si ocurriera, tengo muy claras mis prioridades, e incluiría en el reparto alguna causa noble como la de Cáritas, ¡qué enorme labor! Tengo otras ilusiones, la zarzuela o proteger las voces canarias. Tenemos figuras que llevan el nombre de nuestra tierra por el mundo, pero no saben lo difícil que es abrirse camino. Como diría Buero Vallejo: "Un soñador para un pueblo".

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