Se evidencia en estos discursos que la prioridad no es la vocación de servicio al pueblo, sino una pasión descontrolada por conservar poltronas o captar otras.

Una estrategia tan simplona redunda en una falta de respeto ofensiva para el receptor del mensaje propagandístico, porque se le miente como si se hablase a un niño pequeño de la cigüeña, el ratoncito Pérez o los Reyes Magos.

Formaciones políticas que tras más de veinte años en el poder siguen fracasando en su gestión y en víspera de unas inminentes elecciones prometen en falso poner solución a los problemas que no han sido capaces de resolver antes.

Todos abordan el aspecto emocional en lugar del uso de razón. Nos hablan de ideales, sentimientos y utopías en lugar de exponer la problemática real, aplicar un planteamiento racional y encontrar soluciones a los conflictos creados artificial e intencionadamente por los propios implicados en la campaña. Claro, que para dicho escenario virtual se requeriría el consenso altruista y desinteresado de todas las formaciones políticas en contienda; que renunciaran a sus intereses privados en favor del beneficio de la ciudadanía como único objetivo digno y moralmente aceptable.

No olvidemos que el pueblo soberano tiene, como derecho fundamental, la capacidad y obligación de seleccionar en las urnas a nuestros servidores, quienes han presentado un currículum previo donde declaran virtudes y promesas que jurarán al asumir su empleo o cargo. Es decir, que el contenido de los discursos en campaña electoral es un contrato de obligado cumplimiento, cuya renuncia debiera implicar el despido procedente y automático por fraude, sin indemnización ni pensiones vitalicias.

Contra el sentido común y los principios éticos más elementales, tenemos que sufrir la fantochada de los carteles con imágenes retocadas, la falacia de los mítines donde se manipula la buena fe de los incondicionales, entrevistas televisivas donde al embustero se le nota que sabe que está mintiendo por su lenguaje facial, que no en el retórico bien preparado para el engaño interesado. ¡Ojo!: todo este circo pagado con nuestro dinero público en subvenciones a partidos políticos y sindicatos... Aberrante.

Da pena y vergüenza ajena la falta de pudor en el planteamiento de estrategias partidistas para contrarrestar el avance en intención de voto de determinadas formaciones adversas; lo que demuestra fehacientemente que la prioridad es mantener el poder a toda costa o hacerse con él; muy por encima de los intereses del pueblo, para cuyo servicio son contratados.

Sobre una plantilla preestablecida de tácticas para abordar la campaña electoral de cualquier partido político, parecen superponerse pequeñas infamias que, aglutinadas en un decálogo, configuran una estrategia indecente y perversa.

1.- Nos distraen la atención de lo esencial con informaciones superfluas. 2.- Crean el problema para ofrecer soluciones. 3.- Plantean medidas graduales para que no parezcan traumáticas. 4.- Ofrecen soluciones a largo plazo para que el tiempo diluya el sacrificio. 5.- Hay que dirigirse al público como a criaturas de poca edad para que su reacción carezca de sentido crítico. 6.- Utilizan el registro emocional en lugar de la reflexión para que la capacidad de análisis entre en cortocircuito. 7.- Mantener la ignorancia en la población tanto como sea posible. 8.- Promover la mediocridad como una moda. 9.- Reforzar la autoculpabilidad de la propia desgracia para debilitar la capacidad de reacción. 10.- Conocer a los individuos mejor que ellos mismos para manipular sus debilidades.

Es una crueldad extrema fácilmente cotejable en los acontecimientos diarios. Nos faltan al respeto porque tienen acomodada su mediocridad y ausencia de principios en un mundo ajeno al nuestro, al real. Solo saben abusar de la nobleza de este pueblo hasta que la cucaña reviente.

bonzoc@hotmail.com