Han pasado tantas cosas en solo una semana que siento como si hubiera envejecido tres o cuatro años de repente. Desde el pasado lunes 23F tenemos peluquería en el ático. Sí, una coincidencia la fecha y un verdadero golpe de Estado la decisión unilateral de doña Monsi, que cada vez cuenta menos con la comunidad de vecinos.

El nuevo centro estético de belleza integral se llama como su dueña, Lupe, que engatusada por aquello de que lo anglosajón vende más, le pidió a su marido Eisi que le añadiera una "s", con lo que el cartel que da a la calle luce un gigantesco "Lupe''s" y lleva un dibujo de dos tijeras entrelazadas como si fueran la hoz y el martillo. Úrsula dice que el día menos pensado nos denunciará algún comunista retirado de la antigua URSS, y María Victoria lleva toda la semana preguntándole a su marido cuándo pasó a ser antigua la URSS.

La otra gran novedad tiene que ver con el propio Eisi. Todos pensábamos que sería el administrador de la peluquería, pero su mujer le contó a Carmela que no puede permitir que le espante a la clientela.

-Cuando lo detuvieron en el 2007, su cara salió en todos los periódicos.

-Pero ¿qué dices? Han pasado tantos años que ni se parece. Ya no lleva esa barba de asesino -dijo Carmela, mientras le daba un mordisco a un dónut de chocolate.

-Oye, que es mi marido -le recordó Lupe-. De todos modos, sus ojos no se olvidan. Eisi tiene uno azul y otro marrón como David Bowie.

Sea como sea, la que está encantada con tener la peluquería a diez escalones de distancia es doña Monsi. A cada rato sube a echarse un poquito de laca para mantener con volumen su nubecilla capilar. Agradecida, le dijo a Lupe que no se preocupara, que ella le buscaba algo a su marido. Desde el martes, Eisi es el nuevo manitas del edificio.

-O sea, ¿que tenemos a Neruda como jefe de seguridad y al tipo ese de ladrón? -dijo María Victoria, que envió a su marido a reforzar la cerradura de la puerta nada más enterarse.

-Que no, mujer, que manitas no es tener la mano larga -le aclaró la Padilla.

Con desconfianza, la mujer bajó al portal embutida en un vestido de piel de cocodrilo y le pidió explicaciones a Neruda.

-Por favor, señora, ahora no puedo atenderle. ¿No ve que estoy montando la alarma de seguridad del edificio?

-¿Qué? ¿Es que antes no teníamos alarma? Dios mío, pero ¿en qué barriada vivimos? Esto es indignante.

María Victoria se dio la vuelta y adquirió el color de su vestido. Toda ella parecía un cocodrilo subiendo las escaleras. Desde ese día, se encerró en su piso y ya no ha vuelto a salir. En parte, también, porque su marido puso una cerradura de seguridad máxima y se olvidó de la clave. Brígida les hace llegar cada día algo de comida a través de la ventana que da al patio interior.

La semana ha estado movidita con el tráfico de clientas a la peluquería, tanto que Neruda tuvo que colocar a Eisi al frente del ascensor.

-No más de cuatro al mismo tiempo, señoras -aconsejó el nuevo manitas del edificio al ver a las diez mujeres que aguardaban ya en el portal.

-¡Qué manera más desagradable de llamarnos gordas! -se quejó una de ellas.

El momento más crítico lo vivimos el viernes cuando la alarma del edificio saltó. Eran las seis de la tarde. Enseguida llegó una patrulla de policía y nos encontró a todos en el portal, incluidas seis señoras con el pelo mojado y a medio tinte.

-¿Hay fuego? -preguntó doña Monsi.

-No, señora, lo que hay es una concentración de CFC que vamos... Salgan de aquí antes de que se asfixien -gritó uno de los policías con un clínex tapándose la boca y empujándonos hacia la calle.

Después de dos horas en comisaría, Lupe se comprometió a reducir la emisión de clorofluorocarburo con lo que, ahora, cobra diez euros más por cada rociado de laca. María Victoria y su marido, que no se enteraron de la evacuación del edificio, llevan un par de días con el pecho cargado. Piensan que es una gripe. Brígida no les ha querido contar la verdad.

@IrmaCervino

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