De todos es sabido que donde menos te lo esperas surge la sorpresa; y eso es más o menos de lo que trata esta historia: de sorpresas gratas y de una realidad enternecedora, de esas que hacen reconciliarte con tus raíces y con tu propio destino. Y todo comenzó en Lisboa, ciudad maravillosa y cosmopolita que esconde secretos e historias increíbles que se ven reflejadas en su peculiar arquitectura, en sus viejos tranvías que recorren calles tortuosas y empinadas, en sus casas de comidas que inundan de olores a bacalao y vino perfumado el ambiente pausado y encantador de una ciudad que se abre al mar arropada por el son de una música única y universal que canta al mundo sus penas y sinsabores a través del fado.

No se puede visitar Lisboa sin recorrer sin rumbo las estrechas calles del Barrio Alto, cuna lisboeta de un arte, el fado, que está reconocido por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y envolverse por la noche en la luz tenue de las farolas y sumergirse en una de esas casas de fados, y dejarse embriagar por su música a la luz de las velas. Y, precisamente, en uno de esos lugares, una noche no hará mucho tiempo, y mientras un grupo de españoles se adentraban en ese mundo grato y embriagador, y escuchaba con especial deleite cantar un fado acompañado de una melancólica guitarra portuguesa, surgió la sorpresa. Cuando la intérprete terminó de cantar y después de apagarse los aplausos, se dirigió al público anunciando: "Señoras y señores, gracias por su amabilidad. Para mí es un placer y un honor saludar a un gran artista. Entre nosotros se encuentra el tenor tinerfeño Augusto Brito, al que me gustaría pedirle, a ser posible, que nos cantara un fado; música que sé que a él le encanta".

La primera sorpresa fue del conjunto de españoles -donde había algunos canarios-, que no tenían ni idea de que "uno de los de su grupo" fuera alguien famoso y que, además, fuera más conocido fuera de España que dentro de su propia casa. Para, seguidamente, creyéndose que se trataba de una broma, pasar al desconcierto cuando vieron cómo los portugueses le aplaudían y le invitaban a que les cantara algo, terminando con asombro y admiración cuando Augusto Brito accedió a dicha invitación y comenzó a entonar un fado con un sentimiento íntimo y una fuerza arrebatadora, respaldada por una increíble voz que a duras penas podía controlar por la emoción.

Y es que quien entonaba aquella música melancólica y nostálgica, "algo misterioso" en palabras de la dama fadista por excelencia, Amalia Rodríguez, y que en palabras de los portugueses quien sabe cantar fado es aquel que en esencia es capaz de transmitir la "saudade", era un artista canario peculiar cuya historia merece ser contada, ya que, Augusto Brito, nacido en Santa Cruz de Tenerife, donde se dedicó a estudiar Empresariales y Económicas para más tarde trabajar en una multinacional tabaquera, terminó padeciendo una alergia en las cuerdas vocales debido al aire acondicionado de la oficina y con casi 30 años, y recomendado por su médico, se dedicó a recibir clases de canto comenzando su carrera musical en el Conservatorio Superior de Música, donde obtuvo un premio de fin de carrera y donde imparte clases desde hace más de doce años.

Su brillante carrera está salpicada de éxitos, habiendo recibido el premio al mejor intérprete de Mozart en el III Concurso Internacional de Canto Alfredo Kraus, además de grabar junto al pianista Ángel Dionis el Volumen I de Jóvenes Interpretes Canarios de la Lírica; o haber llevado a cabo diversos estrenos mundiales de ópera, habiendo interpretado desde el "Fidelio" de Beethoven hasta el "Mesías" de Handel; o colaborar con la Agrupación Lírica Musical Los Fregolinos. En definitiva, todo un artista polifacético y además canario, que, casualmente, el próximo día 15 de marzo a las 12 horas dará un concierto de zarzuela en la sala Timanfaya del Puerto de la Cruz junto a Cristina Calvo y Mara Jaubert. No se lo pierdan.

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