La libertad es un derecho inalienable de los seres humanos. Y en defensa de la libertad se han vertido ríos de sangre a lo largo de la historia. Pero hay circunstancias en los que el discurso político se sitúa contra la libertad, porque considera que el ejercicio de ese derecho puede traer más males que bienes. Por ejemplo, cuando se trata de usar el suelo.

El otro día, en el Parlamento, se produjo un interesante intercambio de opiniones entre Paulino Rivero y Román Rodríguez en torno a la necesidad de mantener contra viento y marea la Comisión para la Ordenación del Territorio y del Medio Ambiente de Canarias, la famosa COTMAC, formada por unos cuarenta miembros procedentes de diferentes departamentos de la administración autonómica. Para muchos, esa comisión es un mar de los Sargazos donde se quedan detenidos proyectos que crearían puestos de trabajo y riqueza. Para otros, la COTMAC es la garantía de que no exista barra libre para que el capitalismo salvaje haga una depredación abusiva del suelo.

Román Rodríguez fue un ferviente defensor de la primera ley de moratoria turística. Está claramente por controlar el territorio. Y Rivero ha hecho siempre un discurso que defiende la intervención pública en la actividad privada. Ambos acusaron al nuevo equipo de Coalición Canaria de estar dando un giro a la derecha y advirtieron del peligro de suprimir los controles sobre el territorio.

Pero una cosa es eliminar los controles y otra cambiarlos de sitio. Por ejemplo sustituir a la COTMAC por los cabildos y ayuntamientos. Eso se llama descentralizar. Y eso no lo dice el nuevo equipo de CC sino que lo dijo en un informe el Comité de Expertos contratado por el propio Gobierno canario en esta legislatura. El informe acabó, como la lira de Becquer, en el ángulo oscuro de un rincón de Presidencia.

Repasemos: Cuando entró en vigor la primera ley de moratoria, los empresarios ultraliberales y capitalistas del sector turístico, defensores del libre mercado (pero sólo cuando les conviene), aplaudieron apasionadamente con las orejas. Lo que el Gobierno les proporcionaba era la seguridad de que se congelaba el número de camas. O lo que es lo mismo, que se les garantizaba que nadie nuevo entraría en el negocio. Así que a los hoteles se les ponía la cosa como a las farmacias. Guau. Claro que no fue exactamente así.

Como siempre ocurre, los gobiernos se reservan a sí mismos el derecho de incumplir lo que establecen. Así que el ejecutivo canario llevó al Parlamento algunos proyectos de grandes grupos empresariales para aprobar nuevos complejos turísticos. Que se aprobaron. Los pequeños propietarios de suelo calificado turístico fueron cayendo como fichas de dominó, comidos por las hipotecas y sin poder desarrollar sus modestas promociones. Los grandes se comieron la tarta para sí solos.

Que el suelo -bien escaso en una isla- hay que ordenarlo, lo discute poca gente. Pero una cosa es decir para qué se puede usar cada suelo y otra muy distinta intervenir en todo lo demás. Ordenar lo que se debe construir y lo que no. Y decir cómo se debe hacer. Para demostrar que los gobiernos y los funcionarios no son una garantía de nada no hay más que mirar las ciudades. Las zonas más hermosas y bellas, las más protegidas, son aquellas que se construyeron cuando los propietarios tenían la mayor libertad para hacer sus edificios. Cuando no había comisiones de ordenación.

Hoy todo ha cambiado. Somos más. Y es lógico que haya que supervisar. Pero esa supervisión se ha convertido en una ciénaga donde se ahogan durante meses evaluaciones sobre el impacto de una nueva industria sobre una especie escarabajo pelotero en medio de un polígono industrial. Román y Paulino han gestionado un país que hoy tiene más de trescientos mil ciudadanos buscando trabajo sin encontrarlo, setecientas mil personas al borde de la pobreza, ciento cuarenta mil parados que ya no cobran ni un duro... Debieran debatir también en qué se equivocaron; ellos y todos nosotros. Tal vez en que debimos apostar un poco menos por el control y un poco más por la libertad, la igualdad y el sentido común.