Nunca como ahora el panorama político ha estado tan revuelto y plagado de incertidumbres. Tal vez en los comienzos de la Transición, cuando existía un cierto revoloteo de sotanas y sables que se afilaban, se haya superado al escenario actual.

Incertidumbre en el panorama español y en el canario. En el primero, da la sensación de que el pacto de gobernabilidad, que no de gobierno, PSOE y PP, está cantado. Pero con otros protagonistas que no serán ni el secretario general de los socialistas ni el presidente de los Populares.

Y es que ambos están en manos no del destino, sino de aquello que han fabricado durante su gestión política, en la que la del primero está aún verde. Y el del PP, ausente de la realidad social, con discursos romos y repetitivos y, sobre todo, instalado en la confusión, intentando meter gato por liebre para que los ciudadanos, que no son bobos, comulguen con ruedas de molino.

En este paisaje de falta de liderazgo habrá un recambio antes de las elecciones generales de noviembre para salvaguardarse orgánicamente como partidos políticos ante la amenaza de los "emergentes", así como sujetar de alguna manera las reivindicaciones territoriales, que, aunque atenuadas, cobraran su máxima virulencia el día menos pensado.

En el ámbito político canario la cuestión anda por los mismos derroteros, y las especulaciones que se hacen ante las sombras que nos cubren pueden ser todas válidas.

Seguramente, dos únicas fuerzas políticas no tendrán los resultados suficientes para sumar 31, y que, para poder componer el gobierno tenga que aparecer el concurso de una tercera fuerza política que pudiera ser la llave de la gobernabilidad y que pondrá su precio, que puede ser muy alto en exigencias también altas (me viene a la memoria Román).

Los nacionalistas tenemos un horizonte implantado en la incertidumbre, condicionado por haber dejado de lado tareas que eran imprescindibles para al menos en estos momentos estar mejor posicionados. Y me refiero a que nos hemos olvidado, entre otras cosas, de nosotros mismos, al no haber consolidado una amplia unidad nacionalista, con una estructura con reflejos de Estado al ser fuertes, y no permanecer sometidos a los vaivenes de cualquier componenda insular que comprometa lo que está establecido.

Sin embargo, se está a tiempo de adecuar el discurso nacionalista, y que llegue a la gente que necesita el nacionalismo como proyecto, hasta personal y que sea sin ambigüedades, ajenos a tácticas electoralistas, porque muchos, más de los que pensamos, lo están deseando, y ahora más que nunca. Despejemos, pues, esa incertidumbre con valentía y contundencia nacionalista.

El bienestar de las personas es imprescindible, pero la cuestión territorial canaria es imperativamente necesaria; orillarla sería una irrelevante y peligrosa contradicción.