Sin ningún género de dudas la política pertenece al orden de lo profano y no al de lo sagrado, por mucho que algunos la sacralicen. No es algo infrecuente sacralizar actividades sociales, políticas o deportivas, que responden a afanes prácticos y funcionales. Simone Weil preconizaba el mantenimiento de la religión durante la ocupación alemana, no fueran los jóvenes a consagrase al comunismo o el fascismo. El desencantamiento del mundo de Max Weber reconocía la abolición de certezas y dogmas religiosos, pero avisaba de su rápida sustitución. Como así fue.

Los estados de sugestión colectiva, de embriagada adhesión a utopías dibujadas en un horizonte próximo, sumergen a sus corifeos y creyentes en el ímpetu de una ola que va a arrasar con todas las causas de frustración y necesidad.

Aunque esos estados colectivos de máxima pujanza emocional se den de tanto en tanto, todas las veces acaban en decepción, frustración y deserción. El resultado es siempre el mismo, como la necesidad de urgentes arreglos definitivos. Siempre el mito.

Así hemos visto a Podemos, una marca homologada de totalitarismo, que en su más perfecto sentido populista daba cauce de exacerbación a las emociones por múltiples frustraciones. Frente a la corrupción del mundo político y social, ellos preconizaban el evangelio de la pureza y la integridad. El péndulo de la historia y los milenarismos de cátaros o albigenses, ese fue el germen de la Puerta del Sol, donde sonaron los claros clarines para Podemos.

De lo que no se puede ya dudar es de la ruptura epistemológica entre la izquierda hiperracional y la de las emociones y el sentimentalismo cursi, cuyo autor fue Zapatero.

De forma que hoy cualquier izquierda española se siente cómoda con mensajes de catequesis, con lo que también se asocia a Chávez y Maduro. Zapatero lo cifró todo en algo inédito para la tradición teórica de izquierda: el señuelo "kindergarten" del talante. Sin pensar que del talante sonriente se podía pasar al talante tajante. De sonreír bobaliconamente a la amenaza. Una pugna de la izquierda contra las ideas.

La posibilidad de instauración de un nuevo mundo sin castas y de la gente ("gentes y más gentes", decía otro Iglesias: Julio) se ha visto truncada en su prueba de Andalucía. La iglesia podemista ya sabe de la extensión oceánica del rechazo que suscitan. Venezuela no era paradigma de referencia, pero estos profesores menores ni lo tuvieron en cuenta, y se dedicaron a improvisar. El delirio puede ser banco de votos, pero siempre insuficiente.