A Manuel Fumero lo han fulminado de la lista del PSOE al Parlamento y de su cargo de secretario insular del partido. Iba en el número cuatro por Tenerife o, lo que es lo mismo, en puesto de no salir, así que no se puede decir que se hayan cargado a Beyoncé. Pero, bueno, más que el huevo, es el fuero de esta salida lo que llama la atención. El PSOE está decidido a practicar un feroz centralismo censor para enjalbegar las listas del partido y acabar con el espectáculo de cargos públicos entrando y saliendo de los juzgados. Quienes pensaron que lo de Casimiro Curbelo era una excepción -para algunos una feliz excepción- se equivocaron de medio a medio. Esto va de palo y tentetieso. La línea roja que ha delimitado el partido es que ningún militante con juicio oral abierto puede estar en una candidatura o puede ocupar cargo público. Fumero aún no está en juicio, pero que un pequeño detalle no jeringue la limpieza.

Habrá que ver lo que ocurre si las acusaciones contra Gaspar Zarrías, Manuel Chávez y José Antonio Griñán terminan en juicio. Pedro Sánchez lo va a tener crudo si pretende meter el estropajo en el feudo de Susana Díaz. Es más fácil en provincias. Pero de entrada, el PSOE comete un error de grueso calibre en tratar de forma igual casos que son muy desiguales. Fumero, sin ir más lejos, está acusado de prevaricación por ocupar dos fincas privadas para instalar un punto limpio. Si una autoridad se apropia de forma irregular de una propiedad privada debe responder por ello. Nada que discutir. Pero llevar el agua de ese molino al de la corrupción es un viaje un poco largo.

En España nos hemos vuelto de juzgado fácil. Aquí a la primera acabas con una denuncia. Ya seas ministro de Zapatero o yerno de quien te dije. Pero no es lo mismo meter la pata que meter la mano. A cientos de alcaldes y concejales de este país le están cayendo acusaciones de prevaricación a porrillo. Es relativamente fácil que cualquiera sea acusado con esa singular figura de nuestro ordenamiento jurídico, que consiste en que un funcionario o político haga algo equivocado, pero plenamente consciente de que lo que hace es ilegal (y el que lo determina es otro funcionario público llamado juez que si se equivoca en la sentencia no es plenamente consciente de ello). Pero de eso a meter la zarpa en la lata del gofio hay mucha diferencia. Por eso, la tarea ejemplificadora del PSOE parte del error de unir en una misma medida a quienes están acusados simple y llanamente de robar con quienes están enjuiciados por tomar decisiones administrativas que pueden ser equivocadas e ilegales, pero que no les engordaron el bolsillo.

La línea roja del PSOE plantea además otro problema. La justicia tiene sus tiempos que son -menos para el presidente de la Audiencia Provincial de Las Palmas, don Emilio Moya, y dos piedras- independientes de los tiempos políticos. Como los militantes socialistas que sólo estén imputados pueden ser candidatos resulta que hay varios en las listas del partido. ¿Qué ocurrirá si una vez presentadas las listas se les abre juicio? En pura teoría, tendrían que renunciar a su candidatura, aunque sea a tres días de las elecciones. Así que habría que tirar nuevos carteles electorales y nuevas papeletas con una lista actualizada donde ya no figuraría esa persona afectada por la aluminosis jurídica.

Huyendo de las brasas se puede acabar en el fuego. Hay que aplaudir el esfuerzo de un partido socialista que ha intentado sanearse, pero legislando en caliente se cometen graves errores. Existe un clima social en el que todos los partidos y todos los políticos son percibidos como una fuente de chanchullos y escándalos. Actuar a impulsos de esa falsa certidumbre y de cara a los titulares de la prensa consiste en transformarse en un esclavo del eco mediático. Las prisas son malas consejeras. Y los extremismos también. Hay gente valiosa del PSOE que ha sido relegada, postergada o empujada por razones coyunturales; de pura imagen. En la palangana donde Pedro Sánchez, el nuevo don Limpio, lava las manos del partido, hay de todo. Y no todos son lo mismo. El exceso de lejía causa daños irreparables.