Leo asombrado cómo una asociación que desconocía promueve una "sociedad avanzada" como si estuviéramos en vías de desarrollo. Parece obra de ilustrados, masones, republicanos y otras glorias pretéritas, arquitectos del Estado de máxima bondad. Nuestra tierra (esta también es mía) propende a esos espasmos del pasado. Siempre que se habla del futuro se hace desde el pasado donde aquel debe refugiarse, gracias a tradiciones divinizadas, luego al margen de cualquier análisis racional y diacrónico. Estos promotores de la sociedad avanzada, ¡cómo no!, ven en una III República la panacea para esa utopía contenida. Algo es algo, pero siempre mágico.

No recuerdo tanta efervescencia en soluciones simples, emocionales, nostálgicas y tangenciales para el presente como ahora. Se quiere torear al presente con cláusulas sencillas de máxima optimización; si tanta inventiva (de lo arcaico y caduco) la emplearan en algo práctico y productivo, podríamos sobrepasar a Israel en el dominio de "startups" y cotizar en el Nasdaq. Pero este país es para pensadores de paraísos simples y directos, y chasquido de dedos. La huella del catolicismo no hay que buscarla en los practicantes (no es huella, sino pisada), sino en la búsqueda de sustitutos para sus promesas. Para los pobres desengañados de iglesia y redención postergada.

La carcunda masonería fue muy moderna en el s. XVIII, pero antigua ya en el XX y dio muchas frases de progreso. Grandes palabras. En mi lugar de procedencia jamás conocí a un masón, ni siquiera oí hablar de ninguno; sin frases, buenos propósitos ni primorosas declaraciones mi tierra progresó antes, después, con y sin Franco. Aunque reconozco que nos faltara mucha fraseología y engolada retórica de largas patillas y atusada perilla.

El dueto masón-republicano, que solo invocarlo (tan actual y decisivo) disuelve la misma globalización, jamás cesa de hacernos pensar muchísimo. Saben que el gran problema de nuestro tiempo global es la forma de muestro Estado, ¡ya es ir al meollo!, que no elijamos al jefe de Estado. ¿República presidencialista entonces? Ya que se trata de un cargo representativo y simbólico, qué tal si elegimos antes a los que tienen el verdadero y último poder -no sé cómo nos olvidamos de estas cosas- como son los jueces (y ya, fiscales). O si elegimos directamente a los políticos en listas abiertas. ¿Y algún cortafuegos extra para la corrupción política?

El escalafón político de las mentalidades simples y milagrosas lo encabeza el siglo XVIII con la masonería, el XIX con republicanismo y nacionalismos y el XX con el marxismo-leninismo afeitado podemita.