Como éramos pocos parió la abuela. La gran mancha de fuel que se alejaba de Canarias y estaba a unos doscientos kilómetros de distancia tiene una hijuela de unos cuatro kilómetros que está llegando a las costas del Sur de Gran Canaria y que, según nos advierten, podría llegar a las de Tenerife y La Gomera. Los oceanógrafos hablan de remolinos al Sur de las islas que pueden redirigir el chapapote hacia nuestras costas y del barco hundido frente a Maspalomas sale un lento goteo de unos diez litros diarios de combustible.

A ver. No estamos hablando de una catástrofe ecológica de las dimensiones del Prestige. Así que tal vez sobra el histrionismo de algunos que quieren ser la novia en el entierro, el niño en la boda y el muerto en el bautizo -o en otro orden- y se pasean por los informativos con una pobre tortuga boba rebañada en piche. Los daños causados hasta el momento por el fuel, siendo graves, no son una catástrofe a pesar de que el complejo de prima donna de mucho ecologeta con ambiciones de telediario.

Pero daño, lo que se dice daño, se ha hecho. Eso también es irrebatible. Y los científicos más sensatos han puesto el dedo en las llagas de unas autoridades que van a tener que dar un montón de explicaciones. Para empezar a la fiscalía, porque la Justicia ya interviene de oficio hasta en la respuesta a los accidentes. Así que vamos a enterarnos dentro de poco de porqué no se intentó apagar el incendio del pesquero ruso con espuma sino con tanta agua que al final se alteró la flotabilidad del pesquero. De por qué decidieron sacarlo del puerto, donde se habría un hundido a unos pocos metros de profundidad sobre un lecho de arena, para llevarlo hasta frente a las costas de Jandía, en Fuerteventura, y de por qué, con el incendio ya apagado y el barco peligrosamente escorado (por toda el agua que le habían echado encima) dieron media vuelta y volvieron navegando hasta el Sur de Gran Canaria. Todas estas decisiones siguen sin explicarse adecuadamente.

Durante estos días el piche ha empezado a llegar hasta algunas playas en el Sur de Gran Canaria. El barco ruso llevaba tan solo mil quinientas toneladas de combustible así que estamos asistiendo a una especie de ensayo general, en pequeña escala, de lo que nos podría haber pasado si el barco siniestrado hubiera sido un petrolero con cien veces más combustible a bordo,

Vivimos del comercio y del turismo. Dos negocios que son muy sensibles a la reputación. Esto no va de que las playas se llenen de piche y nosotros no podamos mojamos las canillas. Esto va de que se puedan bañar sin rebozarse en chapapote los millones de turistas que nos visitan que son la clientela de la que vivimos en estas islas. Esto va de no salir en los titulares de la prensa sensacionalista europea enseñando una pobre tortuga tiznada de alquitrán o un delfín con la aleta chorreando petróleo. O lo que es lo mismo, esto va de tener los suficientes sesos como para preocuparnos de cuidar nuestra gallina de los huevos de oro.

Acabamos de comprobar de que uno de nuestros dos grandes puertos no tiene los medios necesarios para apagar un incendio en un barco de ciento veinte metros de eslora. Es una mala noticia, pero es muy bueno que nos hayamos enterado. Porque nuestros muelles están frecuentados por grandes trasatlánticos llenos de turistas y nuestras aguas interiores transitadas por grandes buques que transportan miles de toneladas de gas o petróleo. Así que hemos recibido un aviso director y claro, un grito en la oreja de lo que podría pasarnos algún día. En vez de polemizar inútilmente, buscar un primo a quien echarle la culpa y liarla a lo grande como solemos hacer siempre en Canarias, más nos valdría aprovecharnos de esta amarga experiencia para aprender y estar preparados para la próxima. Porque la habrá, de eso podemos estar seguros.