Como nacionalistas, lo que tocaba en estos momentos de incertidumbre electoral, una vez que previamente se hubiesen estudiado posiciones y acuerdos, era la unión nacionalista. Una unión nacionalista que nos ubique con certidumbre en la presencia mayoritaria en el Gobierno de Canarias y en las diversas instituciones. Con ello se hubiese obtenido un Gobierno íntegramente nacionalista, imprescindible para el futuro de esta tierra y para no estar continuamente sometidos a concesiones ideológicas contradictorias.

¿Y qué ha pasado? La matraquilla de siempre. Por una parte, Román insiste en que es nacionalista y progresista y con esa retórica hueca pretende auparse por encima del resto que militamos en organizaciones nacionalistas como si fuésemos hijos de un dios menor, mientras que desde las cumbres del Olimpo se cree poseedor de la única esencia y verdad nacionalista.

Pero una contradicción atormenta esa proclama ideológica. Cuando habla de nacionalismo progresista se asiste a un empeño de desmarque conducido por un camino erróneo. El nacionalismo no entiende de categorías de clases sociales, su superestructura ideológica se sustenta sobre la categoría de nación.

Es el territorio lo que motiva. Dignificarlo y conducirlo hacia la construcción nacional es la misión fundamental del nacionalismo para que un día Canarias sea una nación investida con los ropajes institucionales de un Estado. Escaparse por vericuetos oportunistas y por mucho progresismo que se diga tener es un despiste y una torpeza preocupantes, máxime cuando se recogen candidatos de aluvión, que han pertenecido a partidos estatalistas, nacionalistas españoles, que nada tienen en común con los nacionalistas de esta tierra y que se hace con el afán de conseguir réditos electorales donde ya lo menos que importa es ser o no ser nacionalista, sino ejercitar una captación política de tierra quemada donde vale casi todo. Y no.

La contradicción que se tiene en el escenario del nacionalismo canario, vistas actitudes como las del partido de Román, es que el enemigo está en casa, como si la consigna fuera que hay dirigir las diatribas hacia los que debemos estar unidos, a la vez que se hace una ligera venia de complacencia al resto, por aquello de la política de pactos y comprobar que se puede firmar con este o aquel.

El mejor pacto posible, y no se debe cesar en el empeño, es la unificación nacionalista. Si no fuera así, el camino se dificultará para unos y allanará para otros. Y cuando digo otros me refiero a los nuevos nacionalistas españoles que nos llegan arropados entre círculos con la intención de tomar parte activa en la política canaria. De ahí que si no somos capaces de darnos la mano para romper el muro del aislamiento y alejarnos de políticas que se diseñan mas allá de nuestros linderos y aventar retóricas que ya cansan, mal lo vamos a tener.