Susanita tiene un ratón chiquitín, cantaban los payasos de la tele. Los de antes. Los de ahora cantan que Susana tiene un problemón enorme. Porque no puede formar gobierno y según se ponga la cosa, igual no va a tener forma de hacerlo.

El Parlamento de Andalucía nos muestra un anticipo práctico de cómo va a estar de complicada la cosa en este país. El electorado dejó un parlamento plural, que demanda un pacto para la elección de presidente de Gobierno. Susana Díaz, PSOE, necesita el apoyo o la abstención de Podemos o Ciudadanos. Lo que pasa es que los dos partidos no están por dar un paso al frente. Desde los aparatos centrales de Madrid han ordenado que prietas las filas. Que no se mueva ni un pelo. Y lo que hay, por tanto, es un pulso entre Iglesias y Rivera a ver si el otro afloja y mete la pata. Porque meter la pata será permitir la investidura de Susana Díaz, algo que tanto si se logra con el apoyo de a Ciudadanos como si se logra con el apoyo de Podemos va a tener consecuencias electorales. ¿Cuáles? Esa es la pregunta del millón. Y ese es el miedo que les sube por las patas a los responsables de los partidos.

Algunos analistas intentan encontrarle un sentido ontológico al voto de los andaluces. ¡Como si lo tuviera! El resultado de las elecciones es más casual que causal. El cuerpo electoral no va a votar para definir un determinado mapa político. Sale lo que sale. Y lo que salió es que Susana Díaz tiene la minoría mayoritaria y necesita apoyos que ha pedido a un lado y al otro haciendo concesiones y promesas que nadie acepta.

Va a ser muy relevante saber si existe algún partido capaz de permitir su investidura. Si es el PP el que hace un ejercicio de sentido de Estado o si es cualquiera de los restantes partidos los que dan el paso. Que se tengan que repetir las elecciones en Andalucía es algo impensable, aunque perfectamente posible. Pero pase lo que pase -y previsiblemente pasará que alguien tendrá que llegar a un acuerdo- estamos asistiendo a lo difícil que va a resultar formar mayorías de gobierno en este país a partir de ahora. Si queríamos más política, más lío, más tensiones y más fragilidad institucional, no cabe la menor duda de que lo hemos conseguido con creces. El nuevo mapa electoral es un sistema sin mayorías que exige grandes acuerdos entre partidos que no quieren tenerlos. Es como el chiste del que le parten los dientes con un palo al entrar por una ventana y le dice al otro -tapándose la boca rota con la mano- "pasa tu primero que a mi me ha dado la risa". Nadie quiere entrar primero hasta que lleguen las elecciones generales. Nadie quiere pactar. Nadie quiere ser casta. Nadie desea comportarse como un partido "viejo". Nadie se moja. Y el precio de todo eso es que la casa está sin barrer.