Un reciente estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) viene a darles la razón a las reflexiones económicas que recientemente ha manifestado el Papa Francisco en torno a las relaciones sociales y laborales, y más concretamente, sobre el nuevo fenómeno conocido como "pobreza laboral", partiendo de la idea de que es necesario llevar a cabo nuevas políticas de recuperación económica impulsadas en no seguir bajando los salarios, sino en mantenerlos y, a ser posible, aumentarlos, como eje fundamental de la polarización que se está produciendo en torno a la distribución de los ingresos como factor que ha contribuido, por una parte, a la actual crisis económica y, como consecuencia de ello, al fenómeno que ha surgido relacionado con la nueva clase laboral y social, más conocido como "los trabajadores pobres".

Este fenómeno situaba a España, hará tan solo unos años, y con un 13%, en el tercer puesto entre los países europeos con más trabajadores pobres; que, paradójicamente, nos viene a señalar que el paro ya no es el único desencadenante de la pobreza y de la exclusión social, sino que incluso con un trabajo, eso sí, precario, con un contrato basura y con un sueldo muy por debajo del SMI puede empobrecer aún más al trabajador y transmitirle una constante sensación de precariedad e incertidumbre; arrebatándole incluso la esperanza y la dignidad; porque lo que se logra con ello es que dichas personas no puedan formar parte de una sociedad de desarrollo y, menos aún, de una sociedad del bienestar, ya que lo que en definitiva se consigue con salarios pobres es convertir a dichas personas en "trabajadores pobres" para el resto de sus vidas.

Y es que los políticos, que suelen vivir de espaldas a la realidad, y que en la mayoría de los casos tienen una doble vara de medir, dependiendo de si es para disponer leyes, trabas y normas para los demás y obviarlas para sí mismos y los suyos, no se han enterado de que no todo sirve en política; que las crisis no suelen ser sólo económicas, sino que por lo general son una combinación de factores entre los que se incluyen la parte social, moral y de principios, que son los pilares de toda sociedad libre y democrática que se precie. Y, en todo caso, no sirve como solución para salir de dicha crisis el que todos los sacrificios, frustración y renuncias personales recaigan siempre sobre los hombros y sobre los bolsillos de los más débiles de la sociedad.

Eso de que el que más tiene es el que más contribuye a solucionar los problemas económicos de la sociedad no suele ser verdad. En España, el que más tiene es el que más capacidad posee de evadir y/o esconder su dinero, amañar o tergiversar la existencia de sus sociedades y patrimonio, confundir o comprar voluntades propias y/o ajenas. El asalariado tiene lo que pone su nómina, y no siempre. Y sobre las espaldas de los que tienen nómina recae la responsabilidad de combatir la actual crisis económica, que, en la mayoría de los casos, ha sido como consecuencia de la nefasta fiscalización y de la mala gestión de los responsables políticos, así como de la falta de regularización de una buena parte del sector financiero que ha abusado de su posición dominante en la sociedad en general y en los mercados bursátiles en particular.

Es urgente y necesario pasar de la actual austeridad a la prosperidad, pero contribuyendo todos y cada uno de los miembros de la sociedad en función directa a su responsabilidad, posición y economía, sobre todo para contrarrestar la actual España de las desigualdades, y para ello se debería mantener un nivel mínimo de protección social y un salario mínimo justo, digno y negociable. Además de ser capaces de reinventar urgentemente las relaciones laborales, en el sentido de que necesariamente no todos los españoles deberíamos aspirar a ser trabajadores por cuenta ajena, sino que también existe la posibilidad -siempre y cuando los políticos no lo sigan complicando con sus impuestos, trabas y normas- de ganarse la vida por cuenta propia.

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