Siempre no se puede ganar. No es posible obtener una victoria tras otra indefinidamente. Esto se ve bien en el deporte. Equipos o deportistas individuales, con grandísimas cualidades grupales y personales, con capacidades entrenadas y desarrolladas al más alto nivel, comprueban permanentemente que más tarde o más temprano las rachas se quiebran. Y que a una sucesión de partidos ganados le llueven derrotas que resultan inexplicables si el nivel de entrega ha sido el mismo que antes. Y lo mismo sucede al contrario.

En el lenguaje futbolero se dice entonces que el jugador ha recuperado o ha perdido el "olfato del gol", que está "aliado con el balón" o que "no encuentra el camino", según el caso. En definitiva, que juega inspirado o no. Nadie sabe de dónde parte la inspiración, esa colaboración extraordinaria que a veces llega, y a veces no. Y que tanto peso tiene en el resultado de los trabajos creativos, sean de la naturaleza que sean.

Tal y como yo lo veo, abonarse a dar la campanada por sistema, ese pretender la conquista de un puerto y otro y otro sin vaguadas, te coloca fuera de la realidad. Recuerdo cuando en plena cosecha de campeonatos y copas hace unos años, le preguntaron al entrenador del Barcelona por aquel entonces cómo era posible mantener tantos éxitos concatenados. Guardiola vino a decir que mientras más larga era la racha de triunfos, más se aproximaba el momento en que empezarían a perder. Para mí, también la excelencia tiene un límite.

La escritora norteamericana Elizabeth Gilbert lo explica con mucha lucidez y chispa. Gilbert es autora de un libro titulado "Come, reza, ama", en el que cuenta una historia autobiográfica. Tras la experiencia de un divorcio traumático y un desengaño amoroso, Elizabeth Gilbert decide empezar de nuevo y emprende un largo viaje en plena crisis personal y esta experiencia vital la escribe como una especie de diario. De la novela luego hicieron una película que protagonizó Julia Roberts. El caso es que estas memorias, a diferencia de trabajos anteriores de la escritora, se convirtieron en bestseller. He leído que el New York Times lo eligió entre los cien libros relevantes de 2006 y la autora vendió millones de ejemplares en Estados Unidos. Ella misma explica cómo vivió aquella "megasensación" en la que la gente le preguntaba: "¿No te da miedo que nunca vayas a hacer algo mejor?". "¿No tienes miedo de que nunca vuelvas a crear un libro que le importe a alguien en el mundo?".

De su larga reflexión, me quedo con su conclusión para liberarse de semejante ansiedad mientras de nuevo escribía el siguiente libro: "No tengas miedo. No te desanimes. Solo haz tu trabajo. Haz tu parte sea cual sea. Y si el genio (el genio inspirador) que tienes asignado decide que se vislumbre por un momento la maravilla mediante tus esfuerzos, entonces ¡olé! Si no, ¡olé! para ti de todas formas por seguir haciendo tu parte".

Hay una parte del logro que se escapa a uno mismo. Yo diría que no solo la inspiración entra en juego. También las circunstancias, los entornos, las ayudas o "desayudas" que vas encontrando, los que jalean en tus repechos y los que trituran tu pasión. Todo eso que va dando forma a los reconocimientos o a la desaprobación y que conduce al éxito o no.

Lo que sí me parece indiscutible es el brío, el intento, el sudor. Ahora bien, perseguir la excelencia entendida como el premio constante me resulta cada vez más absurdo y agotador. Independientemente del éxito, permanece la honestidad del trabajo, la ética del esfuerzo aunque no haya medalla al ganador.

@rociocelisr

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