Nunca olvidaré aquellas imágenes y mi impotencia cuando vi a los talibanes demoler los budas de Bamiyán en Afganistán. Las creencias de aquellos seres humanos que los construyeron, su esfuerzo y tesón por horadar aquella montaña y duplicar sus deidades para doblemente honrarlas eran aniquiladas. No hubo un solo muerto, al menos allí. Y sí tres mil en las torres gemelas. Mi sentimiento fue distinto, pero desgarrador.

El exterminio de seres humanos acompaña a la humanidad desde sus comienzos. El ser humano está provisto de afectos diversos como el odio, resentimiento, afán de venganza, apetito de muerte, de hacer sufrir sin límite, escarnecer... El instinto de Thanatos es el hombre. El hombre es barbarie contenida, reprimida, controlada. Pero para los antioccidentales solo existe la gran excusa de la frustración y humillación que todo lo explicaría. Frente a la barbarie se erige la civilización. Pero la civilización se entroniza a pesar del hombre, al que se le impone. El hombre no es uno, compacto, bueno, el hombre es capaz de todo. La civilización es el predominio de los elementos más controlados y previsores sobre sus contrarios, e incluso sobre ellos mismos. Con la educación, la cultura, la sublimación de sus peores instintos.

Esta criatura tiene que tener, aparte de cultura y educación, algo que se le imponga, que le inspire temor o respeto. Que le marque límites y que vaya revestida de una autoridad poderosa y misteriosa. Esa autoridad pone freno porque es capaz de habitar en su interior.

Es lo sagrado, numinoso, religioso, trascendente.

El ser humano tiene la percepción de lo sagrado o numinoso, de lo que está poseído de un aura enigmática pero activa, que con su sola presencia o contacto es capaz de conmover. Ante el que el ser humano se ve obligado a reconocer toda su debilidad y contingencia.

Decía Nietzsche que todos los santuarios de distintos cultos se sucedían en lugares signados de sacralidad. Palmira fue lugar de culto desde el neolítico, luego helenístico y romano. El islam lo respetó.

Cuando vi la demolición de los budas de Bamiyán pensé que si los talibanes habían sido capaces de ir contra los símbolos y lo sagrado, las personas no pasarían de la categoría de cucarachas.

Si lo numinoso no existe ya no hay límites, quedan todos abolidos. Lo dijo Dostoievski refiriéndose a Dios, que es lo mismo. El arte durante mucho tiempo, y ahora, va asociado a lo sagrado. Si queremos mantener la idea de humanidad es como un patrimonio cultural plenamente universal.