Acabo de impresionarme con la extraordinaria experiencia que vivió Albert Bosch en 2011, el primer español que ha llegado al Polo Sur. Bosch es un deportista de actividades de alto riesgo: corredor del rally Dakar, la carrera de motor más dura del mundo; alpinista que ha escalado el Everest y las cimas más altas de cada continente y corredor de maratones imposibles. Por encima de todo esto, asegura que cruzar la Antártida ha sido la mayor aventura de su vida.

La empresa consistía en cruzar andando 1.180 kilómetros de nieve junto a Carles Gel, arrastrando cada uno un trineo y sin recibir ningún tipo de ayuda externa. Pero a la aridez, al viento y a las bajísimas temperaturas del continente más frío del mundo, se le sumó un inconveniente no previsto: su compañero de expedición se lesionó y abandonó. De manera que los últimos 48 días, Albert se vio empujado a recorrerlos en una profunda soledad. Entonces escribía en su blog: "40 días solo. Hoy durante la etapa he estado intentando encontrar un solo día de mi vida donde no hubiera visto de cerca o de lejos a alguna persona, y no he sabido recordar ninguno. Y ahora llevo 40 días sin cruzarme con ningún ser vivo".

No era la primera vez, no obstante, que el deportista se enfrentaba a la soledad, aunque nunca con tanto rigor. Sus vivencias anteriores las recoge en un libro llamado "Espíritu de aventura. Los siete retos del emprendedor". En uno de los capítulos cuenta cómo en una larga noche de la octava etapa del rally Dakar de 1999, Albert eligió la soledad para continuar la carrera a través del oscuro desierto de arena y dunas, y terminarla. Sin quitar ni un gramo de valor al trabajo en equipo, ensalza el valor de la soledad como consustancial al emprendedor deportivo o empresarial (o del tipo que sea, creo yo) que se desvive por su proyecto. Para este deportista, la persona aventurera o emprendedora se encontrará en innumerables ocasiones sola en su aventura, pero al mismo tiempo es esta soledad la que aporta la confianza, el coraje y el compromiso para no rendirse. Bosch insiste en su lado positivo y afirma con seguridad que es "la que capacitará para crear o encontrar oportunidades".

De la soledad se habla poco, al menos esa impresión me da a mí, aunque a partir de ahora estaré más atenta. Se oye hablar de fracasos y triunfos, de esfuerzos, de desgastes, de empuje o de pasión, ingredientes esenciales del deporte y de la vida cotidiana. Oigo hablar de colaboración, cooperación y coparticipación, pero apenas de soledad. Me llama la atención que alguien que ha experimentado vivencias tan intensas en busca de logros deportivos eleve la soledad a la superficie de la piel humana y la muestre abiertamente, para que podamos ocuparnos de ella más allá de observarla.

La soledad compleja en tantas circunstancias o tan inoportuna como la amante de Sabina es también la soledad sonora de Juan Ramón Jiménez, que, según he leído, pertenece a una de las épocas más fecundas en la creatividad del poeta.

En ocasiones, la soledad se impone. En ocasiones, se elige. En inglés tienen palabras diferentes para expresar esto, y aunque encuentro debate en internet, en el diccionario que consulté distinguen entre "solitude", soledad voluntaria, y "loneliness", soledad involuntaria. Así, se refieren al encanto de la soledad o a la tristeza de la soledad, en cada caso.

Sea "solitude", sea "loneliness", donde habita la soledad habita el momento crítico, la decisión dudosa, la despedida o la derrota. Pero allí mismo, habita también la superación, la creación, la perseverancia, la "íntima aliada".

@rociocelisr

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