Aunque a veces no lo parezca, la realidad es que hay mucha gente -quizá menos en las nuevas generaciones- que conoce el pasado de nuestra isla, de Tenerife, en lo relacionado con su subsistencia. No nos pasa solo a nosotros, sino a todos los que hemos nacido en un archipiélago. Despojados casi siempre de recursos naturales, sus habitantes se vuelcan en monocultivos agrícolas o, a lo largo de los últimos años los que han sido agraciados con un buen clima, en la explotación del turismo.

En este sentido Tenerife merece la medalla de oro -yo diría de platino, si la hubiera-, porque siempre ha sabido sacar partido a los dones que la naturaleza le ha dado: una tierra ubérrima, unas zonas perfectamente diferenciadas para cultivar "lo que sea", y unas gentes capaces de buscar agua -y hallarla-, construir terrazas, cambiar la fisonomía de algunos paisajes, etc., si bien, para su desgracia, su trabajo se ha estrellado contra el progreso, la carestía de su producción o el elevado coste de los transportes para exportarla.

No se puede comparar, por supuesto, la labor de los tinerfeños con los trabajos del mítico Hércules, pero no le irían a la zaga teniendo en cuenta que aquellos son, como se ha dicho, míticos. No creo que haya en los planes de estudio de nuestra comunidad una asignatura que analice con rigor las vicisitudes que arrastraron el cultivo de la barrilla, la cochinilla, la caña de azúcar, la vid, el plátano..., seguido ahora por una serie de frutos tropicales -papaya, aguacate, piña, manga, maracuyá...- que ya encontramos en los supermercados como si fuesen nuestros.

Quiero decir con lo anterior que los canarios no solemos ser "aplatanados", como a veces de manera injusta nos consideran quienes no nos conocen. Al contrario, el campesino canario, nuestro querido "mago", suele ser muy trabajador, ama la tierra que heredó de sus ancestros y está siempre dispuesto a emprender nuevas aventuras que garanticen su futuro. Por eso no entiendo -y no pretendo discutirlo, por qué como ya he dicho en otros artículos hay que hablar de lo que uno sabe- la postura de algunos ayuntamientos del norte de la isla al intentar reducir a la mitad las colmenas del Teide situadas en sus dominios. La razón que aducen está relacionada con los perjuicios que las abejas causan en la retama, el tajinaste o la tabaiba. Este argumento se opone frontalmente al esgrimido por Apiten (Asociación de Apicultores de Tenerife), que ve con asombro cómo muchos de los puestos de trabajo creados corren peligro de desaparecer; dicho de otra manera, una vez más el esfuerzo de nuestra gente se va a ir al c...

Creo que, como apunté con anterioridad en otro artículo que trataba de la disminución del número de conejos que corretean por nuestros montes, es preciso el diálogo de quienes depende el asunto, pues será la única manera de llegar a un acuerdo que beneficie a ambas partes. Con posturas extremas no se consigue nada, de modo que si el camino conduce a este punto, entiendo que sería necesaria la intervención del Área de Agricultura del Cabildo Insular -o de su presidente-, pues la consecución del pleno empleo también a él le corresponde. Es como si ahora, cuando se está volviendo a sembrar trigo en nuestros campos para fabricar gofio, a alguien se le ocurriera decir que esa idea es preciso desecharla porque aumentará el número de pájaros y, en consecuencia, los daños que sufrirán las cosechas. No le quitemos la ilusión a nuestros campesinos, que bastantes problemas tienen ya sobre sus espaldas.