Escribo estas líneas al domingo siguiente de las elecciones locales y autonómicas del 24 marzo 2015. Estamos en estos momentos de ebullición, más o menos crispados, confusos e indecisos. No puedo ni debo ahondar en los pronósticos del desenlace. Como iusfilósofo, prefiero seguir citando a san Agustín, cuando hablaba del "presente del pasado", "presente del presente" y "presente del futuro". Algo de eso hice hace unos tres años, cuando, al ganar las elecciones generales Rajoy, auguramos que, junto a los aspectos económicos, graves, no se debiera olvidar la preocupación por la regeneración política y moral y de participación de la sociedad civil. Lo transcribí en un comentario, incorporado a mi libro "España en la encrucijada", a la que su prologuista Juan Velarde resumió con un "grito" sobre España.

En el "presente del pasado", no estaba sólo la recuperación económica, los rescates, sino algo más, que se había manifestado en un 23F, cuya historia ha traducido mejor que nadie Jesús Palacios, ante las dudas que pudieron existir para dar una salida al párrafo primero del artículo 8 de la Constitución, sobre el papel de las Fuerzas Armadas ante el orden constitucional. Este presente estuvo también en el 14M, todavía sin desentrañar, ante las voces, en el desenlace terrorista con 200 muertos, en la calle, sin la soltura suficiente para paralizar las elecciones generales, que se celebrarían pocos días después.

En el "presente del presente", han estado los nuevos partidos, o sucedáneos, que han puesto en evidencia aquello que ya Cánovas, o Maura, o José Antonio Primo de Rivera, adujeron alguna vez: si es que los españoles, luchadores de los romanos, visigodos, árabes, franceses, no sabemos "jugar a la democracia" de partidos, que se hacen oligarquías inertes, como el propio Ortega y Gasset describió con palabras no retóricas.

Nos queda el "presente del futuro", y en ello estaría: primero, el cumplimiento de la legalidad, que es como la baraja mínima a la que hay que atenerse, y que es la Constitución, y en su cumplimiento. Segundo, en una despolitización del poder judicial. Tercero, en una coincidencia básica sobre los derechos de las personas, como son la libertad, la propiedad, la educación, el respeto a las instituciones y, de una manera concreta, la aconfesionalidad del Estado, el Ejército, la empresa. Hay mucho margen para pactar, pero no para engañarse. Posiblemente, en estos momentos, nos falten aquellos hombres que en defensa del Estado de derecho nos traía a cuento García de Cortázar, historiador, cuando en Abc (15-3-2015) nos recordaba a Legaz Lacambra, Recasens Siches, Ortega y Gasset y Adolfo Posada.

*Premio Nacional de Literatura