Los datos económicos son realmente buenos; toda la prensa coincide en resaltarlos. El pasado mayo la creación de empleo y afiliaciones a la Seguridad Social fueron las más altas desde 2005.

Recordaba hace poco Luis María Ansón cómo Cándido Méndez y Fernández Toxo -los premios nobel suelen ser más prudentes y acaso más sabios- vaticinaban como dos oráculos instalados en Harvard y Stanford, es decir, con la alegría y gratuidad acostumbradas, cómo las reformas realizadas por Rajoy solo iban a generar mucho más desempleo que el ya alcanzado. Es como si hablara el inconsciente (léase en ortodoxia lacaniana: el deseo) más que la ciencia analítica más rigurosa, algo que jamás han entendido ni han necesitado. Basta el "no".

Los opinadores de turno y el gran público (la opinión común: Todorov) gustan alinearse con los analistas sindicales y políticos por la capacidad de subyugación que posee la letanía de un significante, repetido como consigna mil veces. El público, pues, convino, dado el aserto invasivo, en la certeza de la esterilidad de la "macroeconomía", llegando a desbancar en el ranking de satanización popular a los "mercados". La pancarta mediática, sindical, política, todas las veces pontifical, cambia un significante diabólico por otro, con una avidez similar a los comportamientos consumistas en el mercado, y les sobra pancarta. Como no hay nada que analizar ni razonar, se trata de repetirlo una y otra vez como en las liturgias de nuestro pasado mitológico y prehistórico, para conjurar así la fatalidad. Al parecer la macroeconomía tan demonizada es la que permite que haya cotizantes, quienes a su vez permiten allegar recursos al Estado para poder hacer frente a los gastos. Es en lo que Podemos y la paleoizquierda, siguiendo a Hume y la falta de nexo causal del juego de billar, no encuentran ninguna causalidad, sino acontecimientos seguidos como mucho.

Esta izquierda, profesoral en moral (e insufrible) y sentimentalista, lo juega todo al impacto mediático de una sola palabra, porque imaginación, análisis y razonamientos los ha suplantado por sintagmas amasados de ignominia: contrato basura, en precario, a tiempo parcial, los mercados... En su constante lamento gustaría erradicarlos. Mejor más paro que explotación o vida no suficientemente digna. Por supuesto se creen legitimados para decidir por los afectados (menores de edad), que no cuentan. Lo que no van a hacer jamás es analizarlo como fenómeno objetivo de la economía, competencia y división del trabajo a escala global. No hay una sola idea al respecto; de ahí el ritual obligado del conjuro nominalista.