En mis lejanos tiempos de juventud nuestro interés residía en actuar sobre las causas, y no en adecentar sus efectos, como la acción transformadora se orientaba al futuro, donde habita el progreso y no hacia el pasado remoto, con la idealización formal de la II República, que hace cuarenta años ya la teníamos olvidada. El progreso no era el pasado.

Zapatero, quien donó a la ciencia política la categoría del "talante", ha pasado a la historia como el gobernante sin idea de progreso (salvo el matrimonio gay, que bastó con una ley), y que solo miraba atrás, e hizo lo que estuvo en su mano para avivar odios, haciendo acopio de revanchismo y sectarismo nunca vistos en toda la Transición. Otro efecto fue lograr que la responsabilidad y resultados de la acción de gobierno resultaran superfluos, bastando las buenas intenciones, la ñoñería, la pureza del acto en sí, al margen de resultados. La socialdemocracia como sentimentalismo; si Kautsky y Bernstein levantaran la cabeza...

Gobernar con activistas por fuerza tenía que ser disparatado, y el segundo acto.

Exactamente el perfil más inepto de todos los imaginables para el gobierno es el de los activistas consagrados de forma monista a la prevalencia de una determinada realidad social o legal, ante cuya trascendencia deben ceder todas las demás. Tal es la preeminencia de una sola cosa obsesiva, que se considera vital abolir. Si observamos el catálogo de activistas, todos son sectoriales y dogmáticos: desahucios, okupas, antisistema, vigorosos feminismos, exquisitos animalistas, furibundos laicistas anticatólicos, ecologistas puritanos y mil variantes más, todo agónico, ya que los derechos de las minorías en sus diversas vertientes están reconocidos. No tienen nada que inventar ni descubrir, solo exacerbar.

Objetivamente estos activistas están vaciando el campo de la política de su contenido natural como ocurre con todos los movimientos prefascistas y populistas. Al parecer estos "amateurs" sin preparación ninguna quieren crear un Estado ONG, caritativo y asistencial, tipo Venezuela, aunque sin ranchos ni cubanos por las lomas.

Todos ellos, del que es buen ejemplo Carmena, obedecen a un mismo patrón: un idealismo tan primario como simple, parvularias ideas morales sobre el individuo que no las avalaría ni Rousseau; es imposible que conozcan a Freud y leído un libro de antropología entre otras carencias evidentes. A los que van con ella no cabe decirles que el izquierdismo sea la enfermedad infantil del comunismo, como escribió Lenin, ya que sólo son activistas del odio populista y nazi (uno actúa y otra se declara así).