La filósofa Simone Weil participó, por voluntad propia, en trabajos físicos difíciles, como una fábrica de montaje en cadena o las tareas agrícolas. Quería evitar el discurso teórico del pensador alejado de la realidad que produce ideas abstractas desde la torre de marfil de su escritorio. Mientras trabajaba de vendimiadora, escribió: "El mal imaginario es romántico, novelesco, variado; el mal real, tétrico, desértico, aburrido. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagador". Y esta sentencia resulta clarificadora para profundizar en las cicatrices reales del desamor y prevenirlas.

Porque, efectivamente, la literatura puede presentar el desamor sin heridas, e incluso de modo romántico, atractivo o divertido. Por poner un ejemplo, Rafael Espejo poetiza así: "Probemos de esta miel la noche toda. / Luego me marcharé sin despertarte: / no dejaré ningún beso dormido / sobre tus labios blandos y entreabiertos. / Y olvidaré las calles que desande, / por si vuelve a surgirnos la ocasión / de querernos como desconocidos". En estos versos la relación sexual impersonal está dibujada con cierta fuerza lírica. Por el contrario, en la existencia real la relación íntima con una persona anónima a la que después se abandona provoca soledad, tristeza y cicatrices. Y el querernos como desconocidos resulta tan romántico como falso.

Un breve ensayo del gran poeta y pensador francés Christian Bobin expresa con realismo el proceso del desamor. En ese relato, la ruptura se equipara al suicidio frustrado de una joven en el que semuere su alma: "Su amigo ha debido llevársela sin darse cuenta". Es decir, comienza asentando que tras el abandono amoroso el fondo íntimo personal queda moribundo, muy dañado. Por ello, para sanar la experiencia dolorosa, se debe comenzar por la sinceridad que permite superar el autoengaño por miedo a sufrir: "Puedes estar ausente de tu vida y engañar a todo el mundo sobre esta ausencia. A todo el mundo salvo a los animales, salvo a los árboles..., salvo a la dorada luz del otoño".

Bobin expone que también se necesita una fuerte determinación: "Primero empezar por lo más urgente: no puedes seguir saliendo así, sin alma que ponerte, sin ninguna risa en el fondo de tus ojos". Y entonces, anota una intuición genial, pues asocia desamor y falsedad: "Habías perdido mucho más que la vida: el gusto por la palabra clara, el amor por la palabra verdadera". Y también: "Con la verdad vuelve el alma". O sea, solo se supera el desamor cuando se decide llevar una vida "siempre en ausencia de mentira".

Y también resulta necesario atravesar la experiencia del dolor, pues servirá para afrontar futuros amores con el mayor cuidado y sin engaños. Para lograrlo quizás se necesite alguien que nos acompañe -al que abrimos nuestra intimidad-, porque el ser humano necesita consuelo. Poco a poco, la experiencia resultará fructífera, pues habremos visto "la alegría y el dolor estrechados uno contra otro en la misma cama". Con otras palabras, habremos aprendido que en el amor real el sacrificio y la felicidad se dan la mano.

Del relato de Christian Bobin extraigo una idea muy valiosa: el amor se asocia a la verdad, el desamor al escepticismo, a la insinceridad, al engaño. Y, llevando el planteamiento más lejos, su tesis conduce a una pregunta inquietante: estos tiempos de tanto desencanto, de nihilismo fuerte, ¿no serán la consecuencia de tanto desafecto, de tantas traiciones y rupturas? Porque, entonces, solo una civilización que cuide el amor podrá recuperar la pasión por la verdad.

Afirmaba Simone Weil que solo los genios o los santos saben exponer el bien de modo atractivo. Así lo hace Agustín de Hipona: "Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos".

@ivanciusL