Hace unos días un buen amigo me sorprendió preguntándome por qué me empecino en no escribir sobre política. Le contesté con el argumento que siempre he proclamado en mis colaboraciones semanales: el que sepa que opine; el que no sepa que se calle. La razón de este comportamiento es obvio, pues cansados estamos de leer y oír en los medios las opiniones más absurdas y variopintas emitidas por personas sin la autoridad suficiente en la materia, y yo quiero ser consecuente con ese criterio.

No obstante lo anterior, se me ha ocurrido buscar en el DRAE el significado de la palabra "politólogo" -últimamente, no sé por qué, muy utilizada en los medios de comunicación-, y leo que es la "persona que se dedica al estudio teórico de la política: un politólogo realiza los análisis políticos para el periódico" -por cierto, en esta definición yo habría sustituido el determinado "el" por el indeterminado "un"-. Con esta definición, resulta claro que, contradiciendo mi modo de pensar, cualquiera puede opinar sobre cualquier asunto, y no debería de ser así, pues se crea confusión que para nada sirve; los árboles no nos dejarán ver el bosque.

Todo esto viene a cuento de las informaciones que durante las últimas semanas nos ofrecen los periódicos sobre la actitud del presidente de Rusia, Vladimir Putin, ante lo que él considera amenaza europea. La instalación cerca de sus fronteras de misiles de largo alcance, el conflicto con los euro-ucranianos, el bloqueo de los fondos rusos depositados en los bancos europeos, etc., han creado un ambiente que recuerda mucho al que nos sobrevino con la construcción del muro de Berlín y el comienzo de la Guerra Fría. Por si fuera poco, un general acaba de decir que "tenemos más de diez batallones de infantería aerotransportada capaces de cumplir misiones tanto en el territorio de Rusia como fuera de sus fronteras para repeler de forma inmediata amenazas militares provengan de donde provengan". Manda h...

Como "politólogo" me atrevo a decir que todas estas manifestaciones -tanto de un lado como del otro- en nada contribuyen a la paz que tanto preconiza el papa Francisco, aunque sí admito que no creo en ellas ni en el peligro que para la humanidad parecen pronosticar. Son simplemente, como dirían los franceses, "boutades", emitidas para mantener latente el peligro de la III Guerra Mundial. ¿Han imaginado ustedes en algún momento qué ocurriría si la "máquina de la guerra" no existiese? El desempleo -sobre todo en EEUU y Rusia- sería inasumible para los gobiernos, que no podrían atender los necesarios subsidios para evitar un levantamiento de la sociedad.

Además, amenazar con ojivas atómicas resulta ya risible. ¿O cree el que las posee que los demás países van a quedarse con los brazos cruzados si él decide utilizarlas? El miedo a las represalias, a su propia destrucción, harán que presten su atención a las "pequeñas" guerras en África y a los conflictos que sacuden de vez en cuando el continente sudamericano.

Afortunadamente para los dirigentes rusos, los europeos tienen asuntos más importantes que los ocupan las 24 horas del día. La crisis griega, el referendo británico sobre su permanencia en la UE, el aumento del desempleo, la inmigración de tantos africanos ansiosos de un poco de paz -y comida-, etc., son asuntos que requieren más atención que las desafortunadas declaraciones del "oso ruso". Ahora, disfrutando del verano, las aguas volverán a sus cauces y el fuego que alimenta los rencores se apagará -mejor dicho, se atenuará: no conviene que se apague-. La política es, después de todo, un quehacer destinado al bien común, que encierra también el nuestro.