Cuando el Estado, además de paternalista, se pone en plan bondadoso, me sube aún más la bilirrubina. Nuestra sociedad existe porque pagamos impuestos y tasas. O lo que es lo mismo, existe el Estado social porque existe el Estado fiscal. Y en esta gigantesca granja, donde se toma buena nota de todos los nuevos terneros, es normal que se cuide a los animales para poder seguir ordeñándolos el máximo tiempo posible.

Para poder movernos de un sitio a otro en largas distancias utilizamos un vehículo a motor. Y para poder conducirlo el Estado nos somete a una serie de pruebas y exámenes -que pagamos- y nos concede luego generosamente su permiso para circular por unas calles que ha hecho con nuestro dinero. Como existen miles de vehículos moviéndose en todas direcciones, es frecuente que algunos choquen entre sí o con algún obstáculo. El Estado nos obliga, por lo tanto, a asegurar los vehículos, a nosotros y los posibles daños que podamos causar a otros.

Pero, además, nuestra administración ha descubierto otro filón. Además de ordeñarnos por los cursos, el carné, las renovaciones, los seguros, los permisos de rodaje, las ITV, los seguros y el resto de clavadas anuales, ha desplegado una enorme cantidad de agentes de tráfico por todas las carreteras y ciudades con una finalidad: recaudar más pasta.

En el colmo del cinismo, las autoridades sostienen que lo hacen por nuestra seguridad. Cada año dedican enormes campañas publicitarias, como unos grandes almacenes, a mostrarnos las terribles consecuencias de los accidentes. Eso lo hacen con el corazón. Con el bolsillo apoyan a las industrias de automóviles y motos para que fabriquen bólidos cada vez más rápidos y retransmiten por las televisiones públicas competiciones de velocidad. Es lo mismo que con el alcohol o el tabaco; dos drogas estupendamente perniciosas para la salud de cuya venta el Estado obtiene una enorme comisión cada año.

En realidad, lo hacen para recaudar. Da igual que sea una multa por mal aparcamiento o por exceso de velocidad. La finalidad de ambas sanciones es engordar las arcas de las administraciones. La Dirección General de Tráfico, por ejemplo, pagará un plus de productividad a aquellos guardias civiles que más multas pongan. No a los que más auxilien a los conductores. Todo por la pasta. El año pasado murieron en las carreteras españolas 1.131 personas. La cifra de suicidios el año anterior fue de 3.870 víctimas. Y cada año hay unos cuatrocientos ahogados. ¿Han visto alguna campaña de mentalización contra estas dos lacras? Exacto. No. Porque no hay manera de cobrar multas.