Sito -léase Jesús Simancas Megolla- es sinónimo de sonrisa, espontaneidad, ayuda y colaboración. Lo conocimos en los albores de la década de los 60 del pasado siglo, en aquel paraíso gomero denominado Tecina, rodeado de ubérrimas tierras, de importantes factorías con frutos del mar, de explotaciones agrícolas. Allí estaba Sito, así, a secas, entrañable compañero, laborioso, comunicativo y campechano, que ya manejaba los micrófonos con su característico timbre de voz, cuando desde la Costera de Tecina, de la empresa Rodríguez López, se comunicaba con los barcos que llegaban a la playa de Tapahúga a través de lanchones para cargar plátanos, tomates y conservas marinas.

¡Tapahúga, qué nombre tan sonoro y evocador! A comienzos del pasado siglo en los litorales gomeros se trabajaba con el agua por la cintura, en las playas, por falta de muelles y, después, a remo, desde la playa al barco, con viento y marea, donde la costumbre convertía aquel titánico esfuerzo en un simple juego de niños. Más adelante volveremos a hablar de Tapahúga.

También conocimos a Sito en una peculiar "torre de control de bolsillo", ubicada en un desértico paraje colombino llamado El Revolcadero, que poseía una singular pista de aterrizaje que tenía, según la privilegiada memoria de nuestro personaje, "583 metros de largo por 40 de ancho, con una pendiente final de 69/70 metros como zona de impacto". Allí Sito dirigía y controlaba el tráfico de aquellas airosas "avionetas-libélulas" que la maestría del piloto Alfonso Cabello hacía posar en tal singular terreno. Sito, convertido en avezado radio-técnico tras sus estudios en Cuatro Vientos (Madrid), nos daba un curso de condiciones atmosféricas, de despegues, aproximaciones y medición de vientos y, a renglón seguido, y para demostrarnos su versatilidad, declamaba poesías festivas en el recoleto cine de Playa de Santiago, localidad que resultó todo un enclave económico en La Gomera. El escritor Roberto Padilla Cruz, en su espléndido y recomendable libro "Playa de Santiago en el recuerdo", realiza un extraordinario homenaje a su gente. Por aquellos parajes se sigue recordando que "en aquella época Playa de Santiago era la pequeña Venezuela porque daba trabajo a media Gomera".

Volvamos a la playa de Tapahúga de la que Sito, inevitablemente, guarda un indeleble recuerdo, porque en febrero de 1961, y debido a múltiples razones mecánicas, una de aquellas avionetas se precipitó en el mar. Sito se multiplicó pidiendo auxilio desde su faceta de radioaficionado -número 1 de La Gomera- a aquellas inolvidables falúas "Santa Rosa", "Santa Eulalia" y "Santa Elena" e, incluso, sobrevoló la zona un avión DC-3 de Iberia. Los cuatro ocupantes se salvaron milagrosamente. Uno de estos, Arístides Noda Noda, nos podría escribir un libro sobre los amplios significados de la angustia y de la esperanza. En su día, alguien nos confesó que cuando Sito vio llegar, sanos y salvos, a los accidentados, se desmayó, por la tensión que había padecido, en la aludida playa de Tapahúga, que ahora, y por su singular orografía, ha servido de excelente epicentro al oscarizado Ron Howard para su película "In the Heart of the Sea", inspirada en la misma historia que se cuenta en el clásico sobre Moby Dick, escrita por Herman Melville en 1851, y que fue llevada a la pantalla, también en Canarias, concretamente en Las Palmas, en 1956, por Gregory Peck bajo la dirección del mítico John Huston.

Sito, que también luce su título de patrón de cabotaje, y que conoce y repara emisoras, siempre ha resultado un personaje hiperactivo; miembro de Protección Civil; participó en la extinción del pavoroso incendio que asoló su Isla en 1984; recibió posteriormente el premio Méritos Humanos por su colaboración desinteresada y altruista en la creación de todas y cada una de las radios locales de La Gomera y, en el ínterin, y a través de su Radio Ritmo y sus artilugios sonoros, hizo bailar a todos los habitantes de su querido terruño, que siguen tatareando aquellos corridos mejicanos.

Aquel enjuto y vivaracho controlador aéreo que conocimos dentro de una caseta que hacía de torre de control en la liliputiense pista de aterrizaje de El Revolcadero, que lucía hangar, se ha convertido en un experto de las ondas, en un joven octogenario que aunque, como ha confesado, "mi primera antena la coloqué al revés", desde Onda Tagoror empezó a publicitar su Isla por todos los rincones canarios, sin grandes alharacas, pero convirtiendo su verbo en "La voz de La Gomera".

Por todo ello, Sito, esposo y padre ejemplar, gozó recientemente de la Medalla de Oro de Canarias. Y cuando se le imponía tan justa distinción volvió a volar nuestra imaginación a Playa de Santiago, que se ufanaba de sala cinematográfica, hospitalito, planta eléctrica e iglesia, donde descansaban los restos de Álvaro Rodríguez López, que había convertido la lomada de Tecina en un insólito y productivo vergel. Allí Sito, con su micrófono y su entusiasmo, se ponía en contacto con aquella inolvidable flota compuesta, entre otros barcos, por el inefable "Sancho II", con sus cuadernas henchidas de tomates, plátanos, atunes y caballas.