El patrimonio histórico de Santa Cruz de Tenerife no es que haya sido maltratado, es que no ha sido ni tratado ni protegido. El tiempo ha transcurrido, se han sucedido distintas corporaciones insensibles a aquello que forma parte de la historia de nuestra capital pero dedicadas a afrontar temas crematísticos que beneficiaron a varios ediles.

Hablamos de la época oscura, donde los sacos de cemento se acumulaban a las puertas del Consistorio. Por suerte, los caminos se han transformado con señales que prohíben la desidia. En este lapso no se ha olvidado la ilusionada tentativa de un político que sufrió lo indecible por dedicar su tiempo y sus conocimientos a recuperar para la ciudad lo que otros habían olvidado.

Alfonso Soriano, además de ser el primer presidente de la Comunidad Autónoma de Canarias (aquella Junta creada en el Parador del Teide), es esa persona preparada e inquieta que, años después, como concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz, quiso poner en marcha una actividad, insistimos, ignorada hasta entonces: establecer, ordenar y atender el Patrimonio Histórico de Santa Cruz. Pero he aquí que tropezó con la apatía intelectual establecida en la Casa de los Dragos, más extasiada por materias que ahora están en manos de la Justicia. No recibió ningún tipo de ayuda ni respaldo por parte del gobierno municipal. Aguantó lo que pudo y un día dijo adiós. Diferentes instituciones han reconocido, después, su impagable valía y disposición total. Esta ciudad le ha dedicado una de sus calles.

Antes de que todo se venga abajo, las últimas elecciones dejaron en las Casas Consistoriales una esperanzadora inquietud hacia nuestra herencia histórica y cultural. Escribimos sobre la nueva concejal del área, Yolanda Moliné. Llega convencida de que este cometido necesita una exhaustiva entrega, actitud coordinada con la del actual alcalde, José Manuel Bermúdez. El deterioro que presentan muchos inmuebles de la capital es insultante a la vista y, en algunos casos, pueden acarrear algún disgusto serio por imprevistos derrumbes. La concejal parece que tiene las cosas claras y junto al alcalde han creado un nuevo sistema para afrontar el grave problema, reconvirtiéndose en "comerciales", es decir, recurrir a la inversión privada. Se trata de acudir a ayudas estatales, europeas, empresarios o bancos para acceder a una financiación que recupere el patrimonio. Claro que la recién llegada concejal tendrá que ponerse de acuerdo con sus homólogos del Gobierno de Canarias y Cabildo Insular. Y esto, como es sabido, no es una senda de rosas. Ahí tenemos el ejemplo del Palacio de Carta, la más importante obra arquitectónica del siglo XVIII en Canarias con un patio central excepcional, sin parangón en todo el Archipiélago. Fue sede de la Capitanía General, Gobierno Civil, terminando como oficinas de una entidad bancaria a mediados del pasado siglo. Pertenece al Gobierno de Canarias, cómplice de uno de los mayores desatinos cometidos a un singular inmueble canario.

Yolanda Moliné no lo tiene fácil. Desde aquí le sugerimos que eche un vistazo (ya lo habrá hecho) al abandono al que ha estado sometida la capital de la Isla. Muy pronto será su inaplazable tarea. Sólo unos ejemplos: Plan del barrio de El Toscal (todo), Cabo Llanos, parque Viera y Clavijo (otra importante vergüenza), casa Mascareño, casa Siliuto, Templo Masónico, derribar el Balneario y levantar allí otra cosa (el antiguo no tiene solución; el muelle del Bufadero lo ha engullido), Plaza de Toros (como es propiedad privada es posible que exista alguna ley que obligue a adecentar la fachada), el cementerio de San Rafael y San Roque...

En fin, todo lo que tenga que ver con el casquito histórico de Santa Cruz, hundido en la miseria (aquí no podemos ni imaginar un casco histórico). Sólo hay que asomarse a la calle del Dr. Allart e inmediaciones. La señora Moliné quiere abarcar no exclusivamente la obra arquitectónica, sino la cultura en general. Y para ello va a organizar información exhaustiva para los vecinos. Es una magnífica fórmula para iniciar un camino inexistente hasta hoy.