No hay manera. Una vez más, los representantes estatalistas en el Congreso de los Diputados han bailado, en esta legislatura que termina el 13 de diciembre, al son que les han marcado las cúpulas enmoquetadas. Da lo mismo que gobiernen los "populares" o los socialistas-obreros. No estamos ante ninguna nueva actitud de aquellos que obedecen sin rechistar cualquier consigna que les transmitan desde Génova o Ferraz, aunque esta traslade el mayor de los desconocimientos sobre una comunidad autónoma. En este caso, Canarias. Son muchos años cumpliendo con la noble tarea de ejercitar duras sesiones de claqué delante de sus mandamases centrales. Al final de la triste actuación, unas leves palmaditas y unas mentiras piadosas sobre el brillante futuro que les espera en el seno de las organizaciones. Personajillos y personajillas, que nunca fueron nada, continúan en el mismo estatus, es decir, en el de aduladores (es una expresión menos dura). No es de extrañar, pues, que encontremos, entre nuestra clase política, advenedizos absolutamente mediocres pero, también, lo suficientemente listos, unos y otros, para ir generando un fenómeno político que perjudica a la colectividad. Hablamos del despilfarro y la corrupción, desde donde ahora se atreven a solicitar el voto para seguir o alcanzar las riendas de un país al que han utilizado vilmente para sus intereses.

Sectores del Gobierno canario, cabildos y ayuntamientos, después de conocidas las partidas previstas para Canarias en los Presupuestos Generales del Estado, están (estamos) de nuevo indignados por el insultante recorte que esos números del equipo económico del Gobierno central ha dedicado a nuestra tierra, a pesar de los arrumacos del nuevo presidente canario, Fernando Clavijo, con el ministro Soria. Un converso que, a pesar de las zalamerías, generó un mal comienzo de este Ejecutivo que se ha visto sorprendido por el maniqueísmo del poder de los godos hasta tal punto que incluso los del PP canario se han manifestado tímidamente (no vaya a ocurrir que les tiren de las orejas) como "presupuestos mejorables" con enmiendas futuras. ¿Alguien está en disposición de aceptar que los conservadores canarios expondrán sus quejas en el Congreso? Algunos, sin pudor, han expresado que las Islas han salido beneficiadas, descalificándose a sí mismos.

No queremos aburrir a nuestros pacientes lectores con un rosario de cifras que hablan bien claro cómo han dejado al Archipiélago canario. Pero sí destacar algunas incomprensibles. En 2010, Canarias contaba con 1.450 millones de euros. La "mejoría" para 2016 desciende a 857 millones. Esto afecta, nada más y nada menos, que a costas, carreteras, aguas, rehabilitación de infraestructuras turísticas, transportes de mercancías y pasajeros, sanidad, educación y al Plan de Empleo, que recibe una formidable partida consistente en... ¡cero euros!, a pesar de que Canarias es la comunidad con mayor tasa de paro. Como dijo una vez un lehendakari del Opus que negociaba en Madrid con el PP: "A los canarios denles un par de kilómetros de carreteras". En las tres últimas legislaturas, el déficit de inversión del Estado en Canarias es de 2.467,8 millones de euros. Mientras, Euskadi es donde más sube la inversión del Estado para 2016, un 23,46 %; Baleares, un 15,27%; Navarra, 10,46%; Canarias se queda con un ¡2,19%! Sólo en Galicia se invertirán 1.239 millones de euros procedentes de Fomento y dedicados al tren. Aquí ha estado la ministra prometiendo-engañando graciosamente a nuestros ilustres ineptos.

Mientras algunos políticos canarios abogan por el diálogo con el Ejecutivo central, con lo cual continuarían las cabizbajas etapas de las genuflexiones, otras comunidades se enfrentan abiertamente al PP y obtienen un trato especial. Así, Cataluña tiene una financiación prevista de 17.225 millones; Andalucía, 17.121; Madrid, 12.425, y Canarias... 260 millones. Es indudable que ya se ha olvidado la tomadura de pelo del Plan Canarias de Zapatero. Puede ser viable la conveniencia de poner arrestos (los que sean) encima de las mesas de negociación y, a lo mejor, llegan los ecos a la Moncloa en forma de una nueva reivindicación inimaginable procedente de una comunidad dispersa allá lejos, en el Atlántico.